El recóndito sabor de ser migrante

El recóndito sabor de ser migrante

JUAN BOLÍVAR DÍAZ
Aún no se ha escrito
la historia de su congoja
Su viejo dolor unido al nuestro.
No tuvieron tiempo
-de niños-
para asir entre sus dedos
los múltiples colores de las mariposas.

Atar en la mirada los paisajes del archipiélago.
Conocer el canto húmedo de los ríos.
No tuvieron tiempo de decir:
-Esta tierra es nuestra.
Juntaremos colores.
Haremos bandera.
La defenderemos…

Cada vez que me tropiezo con el poema Los Inmigrantes del poeta cocolo petromacorisano Norberto James Rawlings, siento un recóndito pálpito como si yo hubiese sido migrante.

El mismo sentimiento sentí en el vuelo de Iberia que me traía de Madrid hace dos semanas. No podía resistir la conversación de esas dos muchachas que detrás de mi se contaban sus penas y alegrías de inmigrantes en Suiza y España.

La de Suiza, “india pura”, carita de niña traviesa, decía que le iba muy bien en Zurich, pues estaba virtualmente becada, junto al niño que ya adoraba cuando viajó de Santo Domingo. El suizo con quien se casó no quería que trabajara. Venía de vacaciones. De temperamento más bien reservado, lucía cansada pues había tenido que madrugar a 10 o 12 grado bajo cero para conectar con Santo Domingo por Madrid.

La española en realidad es azuana. Típico caso de una mujer conversadora, libro abierto a todos los lectores, orgullosa de sus fuerzas y decisiones para salir adelante, sin temer lo que los demás piensen. Llevaba la voz cantante en la conversación. Quise ser discreto pero sentí que estaba convocado a aquel diálogo y les di cuerda para que hablaran. La azuana la cogió toda para ella solita. Lleva año y medio en Madrid. Llegó a través del convenio vigente entre los dos estados. Firmó contrato para trabajadora doméstica y ya este era su tercer viaje al país.

¡Vaya trabajo doméstico, llegué a pensar, convencido de que la muchacha se la buscaba a diestra y siniestra. Mi sorpresa sería mayor cuando le pregunté el nivel educativo que había alcanzado. Era licenciada en informática pero se coló como humilde sirvienta.

Este oficio sólo lo ejerció para arrancar. En unos meses ya había ascendido a asistente de un mecánico de avión, a quien lleva sus cuentas. Y los fines de semana recupera la humildad y se faja en la cocina de un restaurante, con lo que sus ingresos se han elevado a cerca de los dos mil euros mensuales, sin contar la seguridad social.

Por eso puede venir con tanta frecuencia a ver a su esposo y sus dos hijos. Y en esta ocasión para llevarse sus papeles, porque en seis meses –conoce muy bien sus derechos- ya podrá iniciar los trámites para reunificar la familia en la migración. Ella misma se moría de una risa triunfal. Preguntándome cuánto tiempo se hubiese tomado para ganar en el país cerca de 80 mil pesos mensuales.

No creí necesario violentar su intimidad. Ni siquiera quise preguntarle su nombre. Me bastaba con su historia y su alegría. En ellas estaba reproduciendo a los cientos de miles de dominicano y dominicanas que han emigrado en busca de superación personal y familiar, que han extendido a nacional, puesto que sin los 3 mil mil millones de dólares que envían al país cada año, estaríamos en un abismo desastroso de pobreza.

Me identifiqué con ellos más que en aquel verano del 71 cuando viví medio exiliado durante 6 meses en Washington y me sentía como en mis aguas, compartiendo la aventura de ser emigrante. Reviví el sentimiento de andar abrazado, enfundado en un abrigo y con bufanda, con temperaturas invernales en los viajes de enamorado a Nueva York.

Viajé también a la infancia y volví a comer al pancuco, (viene de pan de coco o de pancake) de doña América la insigne costurera cocola que aparecía sorpresivamente para “meternos en cintura” cuando nos desbordábamos, con toda la autoridad que ella misma se había atribuido. Y vi también a Inocencia, el tremendo retoño de haitianos que metía en otra cintura a todo el batey a su paso desafiante madrugador de inquietudes.

Me convencí de que yo debí ser migrante. Tal vez en la vida anterior si es que reencarnamos. Y recordé a Norberto James que quiso escribir sus nombres, junto al de los sencillos, ofrendándoles
esta patria mía y vuestra
porque os la ganáis
junto a nosotros
en la brega diaria
por el pan y la paz
por la luz y el amor.-

Publicaciones Relacionadas

Más leídas