El recto pensar

El recto pensar

Los animales son seres que actúan mediante los reflejos y el instinto, poseyendo, según algunos expertos, emociones parangonables a las humanas, tales como el amor y protección por sus crías, la solidaridad con sus compañeros, llegando incluso hasta el altruismo. Ejemplo de ello lo tenemos en el delfín.

Pero hay una cualidad, hasta donde se sepa, que ninguna criatura comparte con el hombre (obviando, lógicamente, al pensamiento racional), y es el libre albedrío, capacidad ésta que nos diferencia de los demás seres vivientes de la Tierra.

El libre albedrío es la capacidad del hombre de poder elegir su destino, de encontrarle un propósito a la existencia, de hacer y deshacer a su antojo lo que se le da como materia prima en esta dimensión material, en otras palabras, es la plenitud del hombre en el ser.

Por eso cuando no podemos decidir nuestro camino y no tenemos los medios para alcanzar nuestras metas limitando nuestras aspiraciones fundamentales como lo son la educación, la salud, la vivienda, la alimentación, etc., nos convertimos en entidades animadas carentes de propósito, en una especie de organismo que pasa por la vida para ser, como diría Marguerite Yourcenar, «carne de cementerio».

Pero aún poseyendo esa facultad del libre albedrío desde que ponemos pié aquí, se debe tener otra cualidad para que el camino elegido sea de verdadera plenitud, y es algo nada gratuito, debiéndose constantemente cultivar, pues sin esa cualidad caemos fácilmente en la barbarie, el fatalismo o la destrucción. Esa cualidad es «el recto pensar».

Son incontables los pensadores y hombres insignes de la historia que han apelado a esa actitud, ya que sin un recto pensar, es muy difícil un recto actuar, y sin un recto actuar es nula la convivencia decente entre los seres humanos, surgiendo, como todos podemos ver a través de los diversos medios de comunicación o en nuestro mismo en torno, la degradación aberrante del hedonismo y la guerra, el éxito material por encima de los valores humanos, la falsa solidaridad de las naciones ricas frente a las pobres, la política como medio de enriquecimiento al vapor, la creciente miseria, y muchas lacras más imposibles de superar sino cambiamos nuestro pensamiento.

E insistimos en ello, porque cuando se elige el camino equivocado por el incorrecto pensar, precipitamos nuestra propia vida a la desgracia, y si somos conductores de vidas ajenas como lo son los gobernantes de cualquier nación, se puede hacer añicos en poco tiempo, lo que ha costado decenios, tal vez siglos, construir. Ahí tenemos muchísimos ejemplos a la vista, desde el genocidio nazi durante la II Guerra Mundial, hasta la sangrienta repartición de Irak por parte de Bush y sus secuaces.

Pero centrándonos en nuestro ámbito insular, en el último documento de la conferencia del episcopado dominicano se habla ampliamente de los negros y tormentosos nubarrones que amenazan con destruirnos, al declarar que la presente situación es la más catastrófica de cuantas ha padecido esta nación en toda su historia, instando a las autoridades de que aún hay tiempo para sacarla del pútrido pantano en donde yace varada, claro está, si hay voluntad para ello.

Nosotros, humildes ciudadanos, respetuosamente apelamos al buen discernimiento, el recto pensar del señor Presidente de la República, diciéndole que, siendo como de hecho él es, igual a cualquier mortal que camina, come y respira, pero ostentando una alta investidura que le ha prestado temporalmente el pueblo, y siendo dueño de esa cualidad especial que nos diferencia de los seres de una escalada evolutiva inferior, el libre albedrío, puede usarlo tanto para hacer el bien, como para hacer… todo lo contrario.

En sus manos, señor Presidente, en el correcto pensar, está el destino de toda una nación que le ha dicho a usted un «no» rotundo a su muy cuestionada gestión gubernamental y al descabellado proyecto reeleccionista en la pasada huelga y ahora en la conferencia del episcopado dominicano.

En su conciencia, sólo en su conciencia, está la elección entre la estabilidad social, la institucionalidad democrática y el progreso, o al revés, la hecatombe económica, la más inimaginable barbarie y el retroceso a tiempos que ya se creían totalmente superados.

Piénselo, señor Presidente, piénselo…

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