El recurso extremo de poner militares a perseguir delitos. El envío de miembros de las Fuerzas Armadas a patrullar las calles fuertemente pertrechados en apoyo a la labor policial podría servir como efecto demostración y advertencia de que el principio de autoridad no ha muerto; sin dejar de ser un paso riesgoso. La guardia es para ir a la guerra contra otras tropas regulares o guerrillas, actos bélicos que suelen causar más bajas civiles que militares.
Se les entrena para matar, como en la post Semana Santa del 1984 cuando los soldados dirigían su puntería hacia la cintura para arriba de sus blancos y fue mucha gente la que murió en la actuación contra disturbios que debieron ser controlados sin letalidad.
Es cierto que el auge delictivo presente ameritaría un esfuerzo mayor en los controles del orden con exhibición de los medios de persecución al delito para disuadir actos contra la sociedad antes de proceder y reservando la drasticidad de las balas para neutralizar agresiones mortales de los antisociales.
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Se trata de límites a las actuaciones de fuerza que a veces las patrullas de la propia Policía, supuestamente entrenadas para manejarse con tacto en las persecuciones, han desconocido segando vidas inocentes.
En sangrientos casos recientes que escandalizaron al país hubo ausencia de estrictas instrucciones superiores a los agentes contra la utilización sin rigor de sus armas de fuego, una omisión de directrices que sería de peores consecuencias con la emprendida militarización de las actuaciones.