Paso a Paso, el camino conduciría inexorablemente a Ramón Paso, al teatro, y es que genéticamente esta unido a la escena, siendo biznieto de Antonio Paso Cano, dramaturgo y libretista de la llamada generación del 98, nieto de Alfonso Paso, una de las figuras más importantes de la escena española de la post-guerra y como si fuera poco, biznieto de Enrique Jardiel Poncela, maestro del humor absurdo, definitivamente, Ramón Paso no tenía otra opción.
La presentación de la obra “El Reencuentro” de Ramón Paso, en la Sala Ravelo, producción general de Raúl Mendez, nos llevó al encuentro con su teatro, es la primera obra que vemos de este autor, y no pudimos evitar retrotraernos en el tiempo y recordar algunas obras de su abuelo Alfonso Paso, presentadas hace muchos años en Bellas Artes como “Vamos a contar mentiras” -1969-, “Cosas de papa y mamá” -1972- “Los derechos de la mujer” -1978 y en la Sala Ravelo, “La verdad hiere” y “Mi mujer no es mi mujer” -1984-.
Todas estas obras pertenecen a las llamadas “Comedia burguesa de evasión”, y responden a una época en particular. Ramón Paso autor contemporáneo, continúa con el género en otras circunstancias y con otros matices.
Su obra “El Reencuentro” es una “comedia negra” esperpéntica, que nos remite a Valle-Inclán, en la que trata las complejas relaciones familiares. Las situaciones grotescas, inquietantes, con altas dosis de comicidad, son elaboradas por el autor con verdadero ingenio, provocando la risa contagiosa o la sonrisa, en el espectador.
El argumento desarrollado con habilidad, con diálogos hilarantes, nos narra el reencuentro de Julia y Catalina, dos hermanas muy distintas, que han estado separadas por veinte años. Julia es una virtuosa violinista que ha triunfado, pero fuera de los escenarios es una persona solitaria, anti-social, lo que la ha llevado a convertirse en una neurótica, “maniática del orden y la limpieza”.
Catalina es lo opuesto, es una perdedora, carente de afectos, ha perdido hasta su casa, por lo que recurre a Julia buscando amparo, lo que altera a ésta que ve amenazada su intimidad, es incapaz de sentir compasión, pero vacila, y muy a su pesar decide ampararla por un tiempo.
Poco a poco la situación se torna explosiva, el pasado es un tormento, cada revelación las separa más, haciendo aun más grave la frágil relación, la figura de la madre muerta, asoma, el reencuentro se convierte en un desencuentro, en una guerra, con armas a tomar –pistolas y tenedores- convertidos en símbolos, se escuchan los disparos, pero nada más, es pura comedia.
Dos artistas, María Castillo y Xiomara Rodríguez, de perfiles diferentes, -como los personajes- dan vida a las hermanas. “Julia” es encarnada por María Castillo, su capacidad interpretativa, mostrada a través de los años, matiza cada estado emocional, es dura, déspota; la ausencia de su criada “alemana” -al parecer tan rígida como ella- de la que no puede prescindir, se convierte en obsesión, lo que da lugar a picarescos soliloquios junto al teléfono, exigiendo información sobre la evolución de su sirvienta que se encuentra internada, es en estos momentos cuando la hilaridad de María Castillo se decanta, y con gracia e ironía se queja de lo mucho que cobra el médico “judío”.
La otra hermana, “Catalina”, más extrovertida, tiene una intérprete estupenda: Xiomara Rodríguez. Aun siendo víctima de las circunstancias, ella cuidó a su madre hasta su muerte, personaje omnipresente, responsable de la perversión familiar, luego también perdió a su marido, motivo de más de fricción entre las hermanas.
Xiomara Rodríguez, posee una gracia natural, y con un desenvolvimiento escénico libre de formalismos, acorde al personaje, logra trascender, siendo un verdadero reto compartir protagonismo con la gran actriz María Castillo, y no desmerecer.
Cuando vi por primera vez a esta actriz, siendo muy joven, en 1992, en la obra de Danilo Taveras, “Consuelo y Rafael”, advertimos su gran potencial, lo que el tiempo ha demostrado. Los diálogos aunque repetitivos entre las hermanas, cargados de un humor mordaz, consiguen entretener, hacer reír, finalidad última de toda comedia.
El final nos lleva a una reflexión, no todo es lo que aparenta, el amor es más fuerte que el odio. Los invitamos a un reencuentro en la Sala Ravelo, y disfrutar de esta interesante comedia.
Más del montaje
El director
Waddys Jaquez consigue la fluidez de la obra, un tanto extensa. Su creatividad lo lleva a elaborar una escena impactante, especie de introito premonitor, y haciendo uso de otros elementos, como la proyección de imágenes.
La música
Producida por un violín entrañable, especie de “leit motiv”, consigue enriquecer su propuesta.
La escenografía
Realista, ubica la acción de “El Reencuentro” en un apartamento, fino y funcional, diseño del propio Jaquez y Fidel López.
La iluminación
Otro elemento a destacar de esta obra es la acertada iluminación de Bienvenido Miranda.