El ex presidente Hipólito Mejía ha dado un paso trascendental que lo catapulta como un consagrado político con el reencuentro que protagonizó con el licenciado Hatuey De Camps, no sólo para zanjar diferencias políticas, sino para abordar la perturbadora problemática socioeconómica del país. 

Es cierto que el precandidato presidencial del Partido Revolucionario Dominicano (PRD) es un político sin ínfulas, que ni siquiera cuando ejerció el poder abandonó sus hábitos campechanos, pero el hecho de reconocer la dimensión del presidente del Partido Revolucionario Social Demócrata (PRSD) como dirigente político implica no sólo que ha madurado, sino que, para bien suyo, el ex gobernante ha aprendido de sus errores. Quizás el resultado de las votaciones del 16 de mayo llevó a Hipólito a abrir los ojos en torno al valor de las piezas que componen el tablero político. El PRSD, sin alianza y sin los recursos del poder, no realizó un papel más airoso por el fraude de que fueron víctimas sus candidatos en el Distrito Nacional, San Cristóbal y María Trinidad Sánchez. Pero tampoco descartó que más allá de la intervención de Johnny Morales, grupos económicos, preocupados por el derrotero que trilla la nación bajo la dilapiladora administración peledeísta, haya mediado para conformar un sólido bloque opositor para evitar que sucumba el juego democrático. En estas votaciones, las más traumáticas que se hayan celebrado desde el tristemente célebre «fallo histórico», el Gobierno abusó de los recursos públicos a la vista hasta de los observadores internacionales para alcanzar una mayoría congresual que le permita controlar los principales poderes estatales.   Es en medio de ese cuadro  espeluznante  que se produce el reencuentro de Hipólito y Hatuey.  Mejía reconoce que De Camps es un político bien ranqueado y de muchas luces, quien en múltiples ocasiones se ha jugado la vida y enfrentado a los sectores más trogloditas y retardatarios.