El referéndum en Crimea siembra cizaña en la familia Onoprienko

El referéndum en Crimea siembra cizaña en la familia Onoprienko

DJANKOI, Ucrania.  Cuando los Onoprienko se reúnen, el referéndum de adhesión de la península de Crimea a Rusia, previsto el domingo, es el tema de conversación a evitar.

Los Onoprienko viven en la ciudad crimea de Djankoi. Por una parte, Dima, de 17 años, estudiante de informática, fan de los Beatles y de la serie de televisión estadounidense Breaking Bad, y su madre Olga, profesora, esperan que la región mantenga su estatuto de autonomía en el seno de Ucrania.

Del otro lado están el hermano mayor, Jenia, de 20 años, que pasa horas en el gimnasio, y su padre Olexander, taxista, para quien sólo la reunificación con Rusia podría aportar trabajo y estabilidad.

«Nos peleamos durante horas: una, dos, tres, cuatro horas, tenemos discusiones muy largas», admite Dima en el salón de la casa familiar. «Adoro al pueblo ruso pero odio a Putin, es un dictador», lanza la adolescente refiriéndose al presidente ruso.

Las fuerzas rusas mantienen el control de Crimea, y en la consulta del domingo se espera que la población, de origen ruso a más del 60%, se decante a favor de la unión con Moscú.

Esta perspectiva provoca horror a los que, como Dima y su madre, vivieron con alivio la caída el mes pasado del gobierno prorruso de Viktor Yanukovich, bajo presión de la calle.

Sin embargo son muchos los que en Crimea, un territorio que perteneció a Rusia hasta 1954, celebran ya una previsible reunificación.

Para Jenia, que trabaja en la estación de tren y graba canciones de rap en su habitación, los lazos con Rusia nunca serán lo suficientemente estrechos.

«Para mí, ante todo hay que asegurarse de que no va a estallar una guerra», dice, mientras muestra fotografías de amigos que posan con miembros de las fuerzas prorrusas en la ciudad.

«Si no estuvieran los rusos aquí, habría las mismas manifestaciones que en Kiev. Algunos trataron de derribar la estatua de Lenin en la plaza grande, pero lo hemos impedido», dice.

 Unidos a pesar de la política.  La línea de fractura entre ambos pareceres concierne también a los padres.

«Los mayores suelen decir que vivíamos mejor con los comunistas, pero yo digo que vivíamos mal y que ahora es todavía peor», asegura Olexander, de 55 años, con una sonrisa iluminada por un diente de oro.

«Desde que cayó la URSS, las fábricas se han parado. Si volvemos a ser rusos, aquí volverán los puestos de trabajo». Olga, que prepara la cena en la cocina, vierte una lágrima cuando empieza a hablar.

«Ucrania es mi madre patria, y todo eso que promete Rusia no es más que queso en una trampa para ratones», dice.

«Al inicio, me costó mucho aceptar que mi marido se decantara tan rápido por Moscú. Ahora sé que los resultados del referéndum están claros, entonces me preparo a aceptarlo».

A pesar de estos desacuerdos políticos, la familia Onoprienko asegura que se mantendrá unida.

«He educado a mis hijos para que sean capaces de hacerse su propia opinión», asegura Olexander, quien trata de calmar a todo el mundo, después de que la conversación subiera algo de tono en el salón familiar.

«Siempre encontraremos un compromiso. Somos una familia. Podemos tener diferentes puntos de vista y mantenernos unidos». La mesa está puesta en la cocina y la comida servida. Hablemos de otra cosa.

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