El refinamiento de los tapujos

El refinamiento de los tapujos

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Es una obra novelesca contada por cinco personajes descarados. Cada uno de ellos intenta enredar más la madeja de la vida, con el secreto propósito de engañar a los vecinos, a las autoridades judiciales, a los profesores de literatura, a los parientes cercanos. En lugar de querer aclarar las cosas, los cinco personajes se empeñan en que todo quede más turbio y confuso que antes. El asunto comenzó en Puerto Rico, en Ponce, en la «extensión universitaria», a pocas cuadras de la vieja y famosa estación de bomberos de la ciudad.

Un joven teatrista, con ojos sin brillo y la ropa llena de manchas de café, explicó a los delegados allí presentes: «No es necesario buscar la verdad; en nuestra época la verdad está más escondida que el Santo Grial en la de los caballeros andantes. La han enterrado tras un doble cortinaje de publicidad y relaciones públicas. Los filósofos de la antigüedad iban en busca de la verdad; los mercadólogos de la actualidad trabajan denodadamente para que nunca aparezca. La verdad es un concepto de la lógica escolástica, una ilusión perseguida por los teóricos del conocimiento. Ni religiosos ni epistemólogos podrán alcanzar ‘la luz de la verdad’, como decían los monjes medievales. Es posible que algunos trozos de la verdad subsistan dispersos, atrapados en la gran maraña de la mentira. Lo falso es un tejido social en el que se alojan unas cuantas ‘pepitas de verdad’. Pero no existen hoy métodos químicos o metalúrgicos para extraerlas y aglutinarlas».

Frente al carro de los bomberos de Ponce, el teatrista nos contó: «conocí a un dramaturgo que montaba sus obras en el Village de Nueva York. Anunció en Santurce una pieza corta titulada La piel desnuda. Corrí a Washington Square para verla en el lugar de su nacimiento, entre artistas amantes de la ruptura, enemigos del arte convencional. Me senté en una mesa de mármol coja y desportillada, pedí un café y me dispuse a mirar y a oír. En una depresión que antes había sido una pista de baile iluminada desde el contorno, apareció un viejo encorvado, en calzoncillos, recitando un largo monólogo acerca de sus fracasos laborales, familiares, y su mala salud. Antes de terminar el primer acto se sacó los calzoncillos y orinó trabajosamente en una bacinilla blanca. Entonces apareció su anciana esposa, en pantuflas, con una cortísima bata sin botones, que dejaba ver unas telas largas y fláccidas que terminaban en dos pezones negros con la forma de semillas de cajuil».

El joven teatrista echó un vistazo a la concurrencia para comprobar si sus palabras habían sido escuchadas; y después de una larga pausa respiratoria, continuó: «la vieja despeinada tiró la bata diciendo ‘el calor es sofocante’. Y ahí empalmó una parrafada tan sofocante como la de su marido-escénico. Bata, calzoncillos, próstata y bacinilla pretendían ser metáforas de la decadencia o caducidad humanas; la desnudez de una pareja en la edad madura aspiraba a ser algo así como descubrimiento o revelación de lo oculto por las costumbres burguesas. No hubo en el curso de los diálogos una sola palabra ‘reveladora’ o ‘iluminadora’ de la verdad de esas vidas… o de las de los espectadores. Era, en realidad, un truco vanguardista preparado por dos adictos a la morfina, ayudados por un coreógrafo sin trabajo que debía dinero al dueño del café».

Publicaciones Relacionadas

Más leídas