El reformismo de hoy

El reformismo de hoy

GUILLERMO CARAM
Es una pena que el reformismo de hoy se haya limitado a introducir al debate político piojillos y garrapatas, cuando debió ser un elemento precipitador de las reformas que el país necesita, hoy, para mejorar las condiciones de vida de los dominicanos.

Es una pena que el reformismo de hoy haya abandonado las consignas que legara su fundador, de equidistancia y entendimiento entre las demás fuerzas partidistas mayoritarias que conforman el triángulo de sustentación del régimen de libertades que vimos, para abrazar la línea de confrontación asociándose a otra de las fuerzas, abriendo así el camino al bipartidismo lineal muchas veces propenso a la degradación social; sobre todo cuando se convierte en instrumento de protección, complicidad o connivencia, en los esfuerzos por combatir la corrupción, testimonio de lo cual ha sido el abandono de éste tema por parte de los arquitectos de las alianzas que estamos observando.

Es una pena que el reformismo de hoy no se haya esforzado en proyectar su modelo de gobierno a que están obligados por mandato estatutario y por haber sido, además, de comprobada eficacia en alcanzar una economía de mayor satisfacción de necesidades de los dominicanos; especialmente a través de la generación de empleos y una adecuada prestación de servicios públicos, contribuyentes importantes a las exigencias de seguridad que reclama la ciudadanía. Y es una pena que esto haya sucedido precisamente en momentos en que las principales fuerzas de la nación, incluyendo las más altas instancias de poder, hayan reconocido la necesidad de cambiar de modelo económico vigente y de disponer adecuadas estrategias de atención a los sectores más desfavorecidos de nuestra población.

Es una pena que el reformismo de hoy no haya retomado el reforzamiento de la dominicanidad que practicara el autor de la Isla al Revés, testimoniado principalmente en cifrar las esperanzas de superación nacional en el esfuerzo interno, en contraposición a la excesiva dependencia y subordinación externa que se ha traducido en pérdidas significativas a nuestra soberanía y dignidad nacionales, principalmente de concepciones migratorias y recurrencia a una deuda externa cada vez más asfixiantes, ante la falta de eficacia y seguimiento de iniciativas nobles para encararla. Es una pena que el reformismo de hoy corra el riesgo de no escarmentar sobre sus desaciertos pasados de contemporizar y actuar complacientemente frente a los poderes de turno; y de seguir aprobando leyes – como la capitalización de empresas públicas, seguridad social, impuestos a combustibles, reformas fiscales, presupuestos, endeudamientos, etc – que han resultado, alguna de ellas por impracticables, nocivas para la economía y su población; aumentando con ello la frustración que subyace en la ciudadanía, sobre la democracia y al sistema de partidos que lo sustenta.

Es una pena que reformismo de hoy esté terminando contaminado por instancias fácticas de poder a través de la dependencia subordinada, condicionante y preponderante, de lo financiero en el ejercicio político – partidista, provenga de donde provenga; independientemente de otros valores derivados de la concepción social cristiana que le acompaña y de la inspiración duartiana que testimoniara su fundador.

Es una pena, en resumen, que el reformismo de hoy haya confundido la táctica y la estrategia con los objetivos en su desempeño histórico; que ignore que su fortaleza está sustentada en el aluvión de voluntades reconocedoras y agradecidas de la sensibilidad social de sus gobiernos, especialmente obres e indigentes, pero también trabajadores y la nueva clase que sus ejecutorias hizo emerger, y no en la alcurnia de gobernantes que se desempeñaron dentro de los sistemas políticos que precedieron la democracia que hoy vivimos; que sus seguidores provenientes de sectores ajenos a la militancia y al activismo partidista cotidiano, como la llamada mayoría silente o independiente y la clase media, de grandes aportes al desarrollo nacional, han constituido el origen de su fuerza presente; que en la buena voluntad de aquellos sectores de la población que aprecian su credo de prudencia y moderación, en el discurso y en la acción, radica el complemento de su grandeza; y que esta se ve coronada por la falta de sectarismo propio de la practica de gobierno ejercida para satisfacer intereses personales.

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