El regalo esperado por todos

El regalo esperado por todos

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
En donde los dominicanos hemos formado un sólido bloque para evitar que se materialice un proyecto innecesario y humillante para la pobreza del país, es que no se construya la isla artificial, que con tanto fervor defienden diversos sectores gubernamentales, que hasta han aceptado darle el aval del Estado en caso que tal quimera se convierta en un fracaso total.

De ahí que el mejor regalo de Navidad que el gobierno podría darle al país es el anuncio que retirará su apoyo y hará desistir a los promotores del proyecto de sus intenciones, y a la vez, manifieste que no permitirá que se le ocasionen perturbaciones ambientales al débil litoral sur de la avenida George Washington.

No es que el proyecto no sea atractivo; hasta le daría un timbre de elegancia a la capital y sería un icono para la ciudad, que completaría con sus bellezas coloniales los atractivos que le hacen falta para que sea un polo turístico, y no que los turistas solo prefieran las playas del Este o del Norte del país. Pero un país que todavía atraviesa la fuerte resaca de la severa crisis económica heredada del primer cuatrenio perdido del siglo XXI, no es lógico que un grupo de inversionistas empujen al país a un degolladero económico contando que el Estado pagaría los platos rotos de un fracaso de la isla del ensueño

Son demasiadas las voces que se oponen a este desaguisado de inversión, digno de una sociedad superdesarrollada, y se quiera pretender construir algo semejante a un Miami Beach chiquito, ya que por el sentido común, tal proyecto ni siquiera debió proponerse a un grupo de políticos que se ilusionan por tener lo que quizás soñaron en sus lecturas, o vieron por la televisión o sus viajes al exterior. Y esto no debió ocurrir en los momentos actuales en que las organizaciones internacionales de fiscalización económica como el FMI apretarían sus condiciones de exigirle al país más disciplina cuando se conozca en detalle el trasfondo de una negociación que busca un aval muy sui generis y del cual el país finalmente pagaría, como ha ocurrido en el pasado si se pasara revista a la cantidad de proyectos, que al recibir un respaldo oficial, se convierten en sonoros y costosos fracasos.

Aparentemente la factibilidad técnica y económica de la isla artificial es positiva y justificaría su ejecución si fuera para un país post moderno que haya superado grandes índices de pobreza. Pero aquí, una obra de esa naturaleza sería un golpe mortal para millones de seres que no tienen asegurada su alimentación, ni su salud, su educación y ni su trabajo. Tan solo se les quiere tranquilizar con una tarjeta de solidaridad que apenas les resuelve la situación por breve tiempo y en donde se está viendo que se han distribuido con premeditada selección partidista.

Otros aspectos de la isla sería en buscar el material de relleno, el cual hay en varias zonas del país como en Pedernales y se traería en barcazas, hasta se podría tener en el futuro otro hoyo de Pelempito, si el proyecto cristalizara más avanzado el siglo XXI. Pero la factibilidad soslaya un aspecto del comportamiento del Mar Caribe en esa zona, que ya en el pasado, ha destruido obras materiales y a poderosos navíos de guerra; tal cosa no podría descartarse a cuenta que son cuentos de camino.

Se menciona que se resolverían los problemas sanitarios del litoral de esa parte de la costa, en donde varias alcantarillas de gran diámetro descargar sus contaminantes en esa zona; pero la producción de aguas de desecho de la isla requeriría de un emisor que se colocaría por varios centenares de metros mar afuera, para que no hayan efectos negativos de un líquido contaminante y peligroso para la salud de los capitaleños.

El suministro de agua potable requerirá de una nueva línea matriz que debería alimentarse del Acueducto Oriental que se encuentra en su fase final de construcción aportando un notable caudal de agua, más que suficiente para lo que se espera en el crecimiento del Este de la capital, que ayudaría para la otra obra de ensueño en Sans Souci, de forma que el agua potable no sea problema para los dos proyectos.

Eticamente ningún político con el poder en las manos podría autorizar una enajenación de las aguas costeras y del litoral del país, cosa muy distinta a lo que ocurre con el Metro, el cual tiene su justificación para solucionar el caos del tránsito. Eventualmente encierra graves problemas en sus estaciones de pasajeros que podrían convertirse en guaridas de mendigos y delincuentes que tendrían su habitat para sus operaciones, al menos que le coloquen cientos de guardias y políticas para salvaguardar la calidad y limpieza del entorno así como la seguridad de los millares de usuarios.

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