El regreso de Balaguer

El regreso de Balaguer

Hay historiadores que escriben por imaginación. Como no se molestan en hacer una rigurosa investigación, entonces tergiversan los hechos que pretenden relatar. De ahí el carácter de ficción y no de realidad de nuestra historia contemporánea. Naturalmente, eso no ocurre con el historiador Cándido Gerón, quien recorre villas y castillas en busca de la verdad y la objetividad.

En el caso del regreso al país del doctor Joaquín Balaguer, en fecha 28 de junio del año 1965, en plena guerra civil, se mezclan la verdad y la mentira. Porque es absolutamente falso que los generales Elías Wessin y Wessin, Juan de los Santos Céspedes y Antonio Imbert Barrera autorizaran la entrada al país del doctor Balaguer. El hecho ocurrió de la manera siguiente: En esa época yo era el comandante militar en el aeropuerto internacional de Punta Caucedo, en mi calidad de coronel del Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas (CEFA), por orden del general Elías Wessin y Wessin.

Sucede que días antes había llegado por la vía aérea, procedente de New York, la señora Carmen Celia Balaguer, hermana del ex-presidente, quien había sido mi profesora en dos ocasiones en Santiago de los Caballeros; primero, en la escuela primaria Colombia y luego en la Escuela Normal. Después de saludarnos efusivamente y tras una breve conversación, me informó que Balaguer tenía el propósito de regresar al país y solicitó mi colaboración en cuanto a su seguridad, lo cual le prometí en caso de que, realmente, él llegara al aeropuerto.

En esa virtud, puedo asegurar que quizás yo fui el primero y único militar activo en tener conocimiento del regreso del doctor Balaguer. Atreviéndome a afirmar, sin temor a equivocarme, que ninguna otra autoridad militar superior a mí tenía conocimiento, puesto que de haber sido así me hubieran impartido instrucciones al respecto. Cosa que nunca sucedió. A no ser que esos militares no se atrevieran a referirse a este asunto públicamente, hasta que Balaguer se encontrara seguro y definitivamente en el país. Lo cual se inscribiría, entonces, en una actitud irresponsable y de puro oportunismo.

Lo que acabo de señalar se puede comprobar leyendo el libro “Cómo los americanos ayudaron a colocar a Balaguer en el poder en 1966”, de la autoría del licenciado Bernardo Vega (p. 203), en el cual se expresa que el Departamento de Estado instruyó al embajador William Tapley Bennett en el sentido de que la embajada americana no se inmiscuyera en el asunto. “Específicamente se le instruye a Bennett –dice el señor Vega- no hacer llegar el mensaje de Balaguer a Wessin y Wessin o De los Santos, sino que, discretamente, lo hiciese del conocimiento del liderazgo del Partido Reformista”. Hasta aquí la cita autorizada. Debo reconocer que el relato del licenciado Vega en su libro citado es, hasta ahora, lo que más se aproxima a la verdad en cuanto al regreso del doctor Balaguer se refiere.

Temprano en la mañana del 28 de junio, se presentó en el aeropuerto un grupo de altos oficiales de la Fuerza Interamericana de Paz (FIP) y agentes de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), entre los cuales se encontraba el señor David Robb Mc Lean, a quien conocía desde hacía un tiempo porque él visitaba frecuentemente el aeropuerto en misión oficial del gobierno de los Estados Unidos. El señor Mc Lean se encontraba en el país desde el 31 de enero de 1965 y poseo copia fotostática de su carné oficial de identidad, que él mismo tuvo la cortesía de facilitarme.

Luego del saludo de rigor y una breve conversación, me preguntaron que si yo sabía que el doctor Balaguer llegaría al país procedente de Puerto Rico. Contestándoles que no lo sabía y que era la primera información que tenía al respecto. Entonces, me preguntaron que cuál sería mi actitud a la llegada del ex-presidente, y mi respuesta fue categórica, diciéndoles que si realmente el doctor Balaguer llegaba entraría sin problemas porque yo suponía que en la base aérea de San Isidro tendrían conocimiento y no me habían dicho nada sobre el particular como oficial ejecutivo y encargado de la seguridad que era, en dicho aeropuerto.

Más tarde, mientras esperábamos la llegada de Balaguer, el general Imbert Barrera, quien presidía el Gobierno de Reconstrucción Nacional, me llamaba constantemente, a intervalo de 10 a 20 minutos, más o menos, advirtiéndome que no permitiera la entrada de Balaguer, porque él tenía impedimento. De hecho, existía una circular dirigida, en su oportunidad, por el licenciado Almanzor Beras a las compañías aérea y naviera, advirtiéndoles que podrían ser sancionadas con multas hasta de diez mil pesos, si traían al país al ex-presidente Balaguer, de conformidad con la Ley 5800 vigente en ese entonces.

Frente a la insistencia del general Imbert, nos reunimos el director de Migración, Tte. Coronel Julio Soto Echavarría y yo, para analizar esta situación. Coronel, le dije, éste es un problema de Migración. ¿Qué usted opina? Y él me contestó: Coronel Morillo, lo que usted disponga yo estoy de acuerdo; cuál es su opinión –me pregunta- y le contesté: bueno, que nosotros no debíamos echarnos esa vaina encima de impedir la entrada de Balaguer como quiere el general Imbert, porque, de todos modos, los americanos lo van a proteger. Entonces, acordamos desobedecer esa orden.

Luego, por segunda vez volvieron los altos oficiales de la FIP y me preguntaron que si yo mantenía mi decisión de permitir la entrada del doctor Balaguer, y le contesté positivamente; comunicándome ellos que ya él se encontraba rumbo a Santo Domingo, que había salido en un avión de Puerto Rico. Se fueron nuevamente. A poco rato regresaron para decirme que el avión había sufrido una avería y que, por tal motivo, tuvo que retornar a Puerto Rico. Presentí que se trataba de una treta, como amagar y no dar, para ver la reacción de sus adversarios.

La comunicación entre los oficiales norteamericanos y yo era constante. Era un momento de intensa actividad, y la incertidumbre se acrecentaba cada vez más. Finalmente, volvieron y me informaron que ya Balaguer estaba nuevamente de regreso, como efectivamente sucedió poco después.

Previo al arribo de Balaguer, se presentaron varios dirigentes del Partido Reformista, entre los que recuerdo  estaban el doctor Porfirio Dante Castillo, el agrónomo Quirilio Vilorio Sánchez, el doctor Gilberto Herrera Báez, el doctor José Quezada, entre otros, acompañados de una turba. La condición que les puse para poder entrar a recibir a Balaguer fue que formaran una comisión y que retiraran la turba de los alrededores del aeropuerto, al tiempo que les advertía que sacaran de allí al expresidente lo más rápido posible, porque temía un atentado en su contra (pensaba yo). Como real y efectivamente sucedió al transitar por el puente Duarte, cuyo automóvil que le conducía fue tiroteado, aparentemente por “desconocidos”.

Puedo asegurar que todo lo que se ha escrito y dicho contrario a esta versión, sobre el regreso al país del doctor Balaguer en 1965, es falso de toda falsedad.

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