El regreso de los muertos vivientes

El regreso de los muertos vivientes

CLAUDIO ACEVEDO
Si nos refiriéramos a una película de terror, el título de las reapariciones, en posiciones cimeras, de algunos personajes partidistas dados por muertos políticamente sería: “El regreso de los muertos vivientes”. El transcurrir de la politica nacional ha estado lleno de extremaunciones y resurrecciones, por lo cual bien podría explicarse con el tema de la aludida película.

Quién nos iba a decir que después que el doctor Balaguer probara la cicuta del exilio forzado, acarreado por las masas delirantes que ganaron las calles voceándole “Balaguer, muñequito de papel”, al cabo de varios años éste regresaría triunfante a la presidencia de la república? Cómo explicar que después de ser sepultado por una avalancha de votos que puso fin a su régimen de 12 años, otra vez regresaría de su aparente sepultura política para gobernarnos por una década más?

Todo recordamos, porque forma parte de nuestra historia reciente, las circunstancias en que el actual presidente del país, doctor Leonel Fernández abandonó el poder el 16 de agosto del año 2000. Pocos darían una mota por su suerte política. Expectorado del poder, él y su partido, bajo el endilgamiento de representar la máxima cabeza del comesolismo derrotado, muchos le pusieron un “INRI” a su figura política, a la que declararon una muerte prematura.

Hasta que 4 años después hace un espectacular regreso de la tumba política en que yacían los retos que quedaron de él al momento de ser desalojado de la silla de alfileres cuyo buen acorchamiento parece neutralizar sus efectos punzantes. Hoy tenemos a Leonel Fernández nuevamente en el solio presidencial, protagonizando un extraordinario capítulo de la serie “El regreso de los muertos vivientes”.

El anulamiento de sus exequias se las debe sin duda al pésimo gobierno que nos desgobernó durante un cuatrenio en que perdimos nuestra dignidad clasemedista. De modo, que si algún sentimiento debe predominar en la cabeza de Leonel con relación a Hipólito Mejía es el agradecimiento eterno por  haber permitido que las cenizas leonelistas tomaran forma de una candidatura triunfante.

Ahora, también vemos, como si deseara ganarle la partida a su proceso de muerte política, a nuestro felizmente pasado presidente asomando su cabeza mediática en un vano esfuerzo de resurrección. Todo esto viene a demostrar que en un contexto de poco desarrollo  político como el nuestro no existe la muerte política de manera definitiva, sino una especie de “muerte clínica” que un día asegurará el retorno. Aquí tendemos a exhumar cadáveres y a cubrir sus cuerpos con nuevos lienzos que oculten los vahos de todo proceso de descomposición. No somos capaces de ver más allá de lo que hay, de nuestra experiencia y memoria inmediatas.

Recogemos lo que una vez tiramos como desperdicio al zafacón. Por esa práctica consuetudinaria, ningún político nunca se siente basura, por más sucio que esté. Confía en que pronto o algún día no muy lejano será limpiado por los efectos detergentes de nuestra desmemoria.

Si miramos las campañas internas de los principales partidos del sistema, sobre todo si las ve un extranjero, cualquiera creería que tanto Balaquer como Peña Gómez son figuras vivientes y postulantes de la política vernácula, por el uso abusivamente demagógico que se hace de sus imágenes. El PLD es el que menos uso electoral hace de su fallecido caudillo, quizá porque necesita menos a sus grandes muertos para enfrentarse a los muy vivos contendientes politicos.

La continua recurrencia a los líderes desaparecidos proyecta la percepción de que los usuarios de este recurso son más despojos que los mismos muertos.

Cuando la ultratumba tiene la estelaridad, la política lo que parece es una necrópolis. Y no dista mucho de ser así: somos un cementerio de tumbas blanqueadas.

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