Los que han leído Las Mil y Una Noches recordarán que la heroína es la propia narradora: la inteligente y hermosa Scherezade. Hubiese sido extraordinariamente interesante ver a esta mujer, digamos a sus 60, que seguramente habría sabido envejecer con una belleza digna y reposada, con perfecto y sabio control de su familia, sin que el Sultán, feliz a su lado, se inquietase en absoluto. Porque, además, continuaba considerándola la mujer más maravillosa del mundo. Sus dotes: inteligencia emocional y su narrativa hermosa, edificadora, relevante y profunda.
A inicios de los años 70, en un simposio en Puerto Plata, presenté algunas consideraciones sociológicas sobre el impacto del turismo (en calidad de profesor de sociología de la Madre y Maestra), las cuales fueron acogidas entusiásticamente por don Ángel Miolán, nuestro inaugural ministro de Turismo, y reseñado por la prensa nacional. Tiempo después, el Club Rotario de la misma ciudad, me invitó a darles una charla sobre las oportunidades y los problemas que enfrentarían los puertoplateños. Les hablé de aquella mujer mítica y les propuse el “Plan Scherezade”.
Les explicaba el impacto que tendría el turismo mundial en comunidades conservadoras y tradicionalistas, les advertía sobre lo que les vendría de golpe: centenares de hombres y mujeres de Europa y Norteamérica procurando diversión y sexo prontos y baratos; el peligro de que sus hijos, especialmente, los de clase media hacia abajo, se convirtieran en gigolós y aventureros, (hanky-pankies); y de que se produjera la degradación de la moral local, lo que alguien ha llamado un “paraíso gay”.
Aún en ese entonces bastaba con mirar la vocación “alegre” de mulatos tropicales, “amigos del can y del son, de la bachata y el ron”, que frecuentemente hemos sido. Planteamos a los “portoplateños” que lo que les venía encima podía disolver su sociedad provinciana y sus valores tradicionales, cuando, por lo contrario, esos valores y esa manera decente y diferente de ser podía, precisamente, ser el elemento diferenciador y más atractivo para determinado tipo de turistas. El turismo barato atraería a personas que no aprecian ciertos valores culturales, sino que los menosprecian. Les recordé aquel Sultán que maltrataba y asesinaba a sus concubinas por considerarlas inferiores, perversas y traicioneras.
Siempre será peligroso un extraño bien armado que no conoce siquiera nuestro idioma, o con más dólares que vergüenza. Hitler ordenó a su general que incendiara a París, lo que el militar no hizo porque estimaba que había demasiada arte e historia en esa ciudad. El turismo dominicano puede capturar los dólares y cautivar a sus visitantes, como Scherezade a su potencial asesino, a quien sometió con su inteligencia y su arte narrativo. El Reino de Bután considera la Felicidad Nacional Bruta más importante que el Producto Interior Bruto. Nosotros tenemos alegría sana y decente para repartir y exportar. Tenemos suficiente historia, arte y cultura para hacernos respetar, y demasiadas cualidades identitarias y pueblerinas para hacernos amar; para que el “extraño” no nos mire como insectos que depredan y contaminan uno de las lugares más hermosos del planeta.