El reino del olvido

El reino del olvido

MARIEN ARISTY CAPITÁN
La noche era fresca. Los árboles, bailando al son del viento, nos invitaban a jugar con ellos. Nosotros, sin embargo, decidimos no aceptar su ofrecimiento: la conversación, intensa, no nos permitía hacerlo. El tiempo, el pasado y la vida nos ocupaban en aquel momento. Sobre ello, de cierta manera, quiero hablarles el día de hoy.

Para empezar, debo decir que el diálogo que inspira estas líneas tuvo lugar el miércoles de la semana pasada, mientras me despedía de un buen amigo. Hablando de todo un poco, como suele suceder, él me obligó a reparar en algo que yo había olvidado: jamás debemos obsesionarnos con el pasado (tampoco con el presente, por supuesto).

Cuando algo termina, cuando algo se destroza o simplemente no funciona, hay que dejarlo justo donde quedó: nunca podemos llevarlo con nosotros y, mucho menos, evocarlo como si aún estuviera ahí.

Curarse es cuestión de tiempo, manifestó él a continuación, y luego me hizo una apología de la forma de pensar masculina (eso no lo compartiré, sería demasiado largo). Fue así, a través de sus palabras, que comencé a liberarme y a replantearme muchísimas cosas.

Amén de las decisiones personales que haya tomado, esta conversación me llevó a pensar en lo mucho que significa el olvido. Él es, y no por casualidad, uno de los grandes protagonistas de nuestras vidas.

Dejando de lado las jugarretas que nos hace, hay que subrayar que el olvido no sólo nos marca como individuos, sino también como sociedad. ¿La mejor muestra? El titular de primera plana del HOY (que hoy, perdonando la redundancia, cumple 24 años) del día de ayer: «El 85% dice impunidad mantiene reinado en RD».

A continuación, el lead de la noticia: «Para una mayoría absoluta de los ciudadanos dominicanos la impunidad continúa siendo una realidad de todos los días. Más del 85% cree que la impunidad ocurre muchas veces en el país, es decir, que se cometen delitos que se quedan sin sanciones, según la encuesta Gallup-HOY».

Posteriormente la información establece que sólo el 2.5% de los adultos cree que la impunidad no ocurre o que ocurre pocas veces; y el 9.3% entiende que sí ocurre pero que pasa pocas veces.

El que esto suceda no es de extrañar: con una sociedad estúpida en la que el dinero pesa más que la honestidad; una justicia ciega que sólo castiga a los que nada tienen; y unos individuos que dejamos que todo pase delante de nuestras narices y, aunque nos engañen y nos fastidien, nos quedamos callados… ¿cómo no habrá impunidad?

Pedir que eso cambie es muy difícil en un país en el que el olvido es rey y señor: gracias a él, no debe pasar mucho tiempo antes de que las denuncias de actos de corrupción y de delitos se desvanezcan en el aire (sin importar si hay pruebas contundentes o no).

Como ven, el olvido nos ronda. En un caso, cuando se trata de reconfortar el alma, es bueno y necesario. Así podemos comprobarlo cuando, de repente, el pasado vuelve a rondarnos y descubrimos que ya nada sentimos.

Por otro lado, cuando el olvido se traduce en desidia e impunidad, es un terrible enemigo. Con él, sin embargo, hemos aprendido a vivir. Lo peor es que, al hacerlo, hemos olvidado que olvidar también puede ser malo.

m.capitan@hoy.com.do

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