Los poderosos de nuestras sociedades acostumbran a “ningunear” y desconsiderar a quien carece de recursos. Nuestros presupuestos se gastan en gran medida en las capitales, mientras el resto del país es desconsiderado. Las capitales disponen de costosos medios de comunicación, mientras los caminos vecinales están abandonados en prejuicio de los pequeños campesinos. En el llano, los charcos, y en la montaña los derrumbes aíslan a muchas comunidades rurales.
Si los poderosos construyen, se adueñan impunemente de las aceras, atormentan a los vecinos con ruidosas construcciones de domingo. Las brigadas limpian las avenidas donde viven ciudadanos de recursos, mientras la basura se enseñorea risueña y perfumada de las esquinas en los barrios populares.
La fiesta de hoy, el Bautismo de Jesús nos lo revela como “el Hijo amado y predilecto de Dios”. Juan Bautista se refiere a Jesús como “el que puede más que yo, y yo no merezco ni agacharme para desatarle las sandalias. Yo he bautizado con agua, pero él los bautizará con Espíritu Santo”.
Pues bien, en los evangelios se narra cómo Jesús llegó desde Nazaret de Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán.
El bautismo de Jesús nos lo presenta como Hijo y siervo, pero Jesús no abusa de su dignidad de Hijo para desconsiderar a Juan, el Bautista. Adentrándose en el Jordán, confundido entre los pecadores que buscan el perdón, Jesús revela un nuevo estilo de liderazgo que deberíamos de copiar todos. El liderazgo de Jesús se hace patente en su respeto por Juan, el Bautista. No es un liderazgo de gritar, clamar y vocear por las calles (Isaías 42, 1 – 7), sino de pasar “haciendo el bien” (Hechos 10, 34 – 38).
Jesús se revela como el principal, porque respeta al secundario.