El respeto por las palabras

El respeto por las palabras

Hay gente que se ocupa de la semiología o la semiótica, esto es a estudiar los signos en la vida social. Los lingüistas se dedican al estudio teórico del lenguaje y los métodos de investigación y las relaciones entre distintas lenguas; la lengua es apenas una de las maneras de representar ideas, si bien seguramente la más importante. Los periodistas – ajenos a esas profundidades intelectuales o a esas cumbres del entendimiento – apenas somos artesanos de la comunicación. Usamos las palabras como usa un carpintero los clavos y la madera, sin saber de metalurgia ni de “dendrología”, neologismo que designa la “ciencia de las maderas”.    Pero quizás ninguno de los oficios o profesiones cuya materia prima incluye las palabras debería tener tanto respeto o consideración por los significados como el periodismo.

Un poeta posee licencia para agradar los sentidos o conmover la sensibilidad, desde los orígenes mismos de la poesía en la tradición greco-latina, pese a que el verso griego, según un gran lexicógrafo británico, “estaba libre de la infección de la rima”. Novelistas y cuentistas hacen arte, ergo igualmente poseen “licencia poética”. El ensayista, por definición, busca e inventa palabras para ideas nuevas.

Mas el periodista, distinto a los demás que escriben, está mandado a emplear las palabras precisas para aclarar las cosas, no para esconderlas ni hacerlas materia equívoca.

Las palabras poseen un poder casi mágico. En el Génesis leemos que “en el principio creó Dios los cielos y la tierra.? Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: hágase la luz; y fue la luz”.

La simple enunciación bastó como acto creador. Así Juan siguió con el tema en su Evangelio, muchos siglos después: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron”.

Una de las señales de la degradación moral de cualquier pueblo es la devaluación de las palabras (así en plural).

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