El reto de Maritza López

El reto de Maritza López

CARMEN IMBERT BRUGAL
Cuando un contribuyente precisa realizar una diligencia en cualquier oficina pública, el agobio lo cerca. Si no utiliza las garras del poder, el amiguismo, la situación puede tornarse aterradora. Desde que logra adentrarse a la dependencia oficial el acoso es inmediato, la oferta de la ilegalidad, desconcertarte. Si pretende actuar de la manera adecuada, un raso, una señora con espaldero, un caballero con carnet, lo arrolla.

Vencen la precaria reglamentación del lugar amparados en una condición, supuesta o real, que es acatada. Por eso resulta extraña la experiencia en las instalaciones de la Dirección General de Pasaportes -DGP-. Ahí los aciertos superan los desaciertos molestosos.

No impide el reconocimiento subrayar los obstáculos que empañan la gestión y afectan a cientos de personas. Tal vez podrían comenzar divulgando, a través de los medios de comunicación, las condiciones previas a la obtención o renovación del pasaporte. Recurrir a Internet es asunto de minoría.

Después de observar durante seis horas el trabajo realizado, una aseveración se impone: la lentitud del servicio no es responsabilidad del personal. Expedientes incompletos, dificultad para entender las preguntas, titubeos para decir la dirección, el estado civil, el número de teléfono. La paciencia de una empleada -Telma- deletreó diez veces el apellido de una señora que temblaba a causa de su analfabetismo y por las burlas de un público hastiado y temeroso porque el reloj marcaba las 3:30 de la tarde.

Son los usuarios que lamentan la ausencia de buscones y de vendedores ambulantes. Lo repiten sin recato. «A un buscón tú le pagas, te hace la fila y no coges lucha.»- decía un sureño residente en EUA-. «Yo lo que quiero es conocer a uno porque es aquí que tán, pero na má pa lo comesolo»- gritaba una mujer que alegaba la pérdida del vuelo que la llevaría a su destino laboral. «Dizque vip. Eso na má se lo creen lo dominican. Vip son lo que entran allá arriba y hablan con la doña.»

Antes de acceder al salón donde deben entregarse los documentos que avalarán la renovación o expedición del pasaporte se procura el número que permitirá la atención. Lograr el turno exige formar parte de una apretujada fila. La incapacidad para controlarla es evidente. Los agentes del orden confunden corrección con pasividad. Agotada la cuota del día, la multitud que no consiguió su número es advertida. La fila se deshace entre lamentos, imprecaciones y ostentación innecesaria de poder verbal.

La aglomeración es innegable. No sólo es incómoda sino que impide la rapidez en el servicio. Ocurre ahora «porque estamos en temporada alta», dice una empleada. La «temporada alta» es provocada por la demanda de miles de dominicanos residentes fuera del país que aprovechan las vacaciones de fin de año para renovar su libreta.

Con la obtención del turno hay que esperar en un enorme salón que resulta pequeño por la cantidad de personas. En el espacio están los servidores públicos, encargados de tramitar las solicitudes y también está la estafeta de Banreservas para realizar el pago de los impuestos. La permanencia es agotadora, aunque los usuarios están convencidos que serán atendidos. El número asignado así lo garantiza.

Sorprende el gentío que prefiere el servicio vio, con un costo de 2,500 pesos. Entre las personas que pagan tal servicio no se identifica a ningún ciudadano que exhiba una condición social privilegiada. ¿Adónde irán? ¿Será para ellos la sección de «casos especiales» o saben cómo llegar a la oficina de «la doña»?

La gentileza de los hombres y mujeres que allí trabajan es excepcional. El local está climatizado y con excepción de las instalaciones sanitarias la higiene es aceptable. Regatear el intento de eficiencia de la DGP sería mezquino. Ningún solicitante que presente los documentos exigidos tendrá inconvenientes. En un país donde el caos y el irrespeto para el contribuyente es costumbre, la existencia de un departamento de la administración pública que aspira funcionar bien es una extravagancia.

Enmendar los desaciertos que dificultan el óptimo funcionamiento de la DGP es fácil. Su Directora es una mujer acostumbrada al éxito como empresaria. Sin miedo al riesgo ni al trabajo. La función pública la reta, debe actuar de inmediato para exhibir como un logro más la excelencia de la oficina que preside. Maritza López no puede permitirse el fracaso, tampoco ceder a las presiones de la militancia oportunista.

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