El retorno de Ariel

El retorno de Ariel

EDUARDO JORGE PRATS
No hay obra que haya impactado tanto en la región que José Martí denominó “Nuestra América” que la obra «Ariel» de José Enrique Rodó. Publicada en 1900, este libro, basado en los personajes míticos Próspero, Ariel y Calibán, en tanto lectura cultural de la identidad americana, ha gravitado con fuerza en el ideario y el imaginario de políticos, jóvenes e intelectuales latinoamericanos. Lectura obligatoria en las escuelas desde el momento mismo de su publicación, Ariel es la Biblia latinoamericana, su más popular best-seller.

Y, sin embargo, la obra había caído en el olvido. Un nuevo canon promulgado por el marxismo latinoamericano en los 50 y 60, alimentado por la nueva izquierda y la escuela de la dependencia en los 70, y posteriormente modificado por el estructuralismo francés, los estudios culturales de la posmodernidad y el surgimiento de un pensamiento neoliberal norteamericano, habían desterrado a Ariel al baúl de los recuerdos. La izquierda rechazaba la obra de Rodó por su ignorancia del rol de las clases sociales en las luchas políticas y la derecha no simpatizaba con la crítica al materialismo norteamericano que servía de base al capitalismo que deseaba implantar.

Hoy, sin embargo, la coyuntura histórica, al igual que en los comienzos del siglo XX latinoamericano, está signada por la erección de un imperio único que rige sobre el mundo: Estados Unidos. Tanto en 1900 como ahora, América está sometida a la influencia del solitario y poderoso policía mundial, unos Estados Unidos “representantes del espíritu utilitario y de la democracia mal entendida”, que, tras haber derrotado a España y haber impuesto vergonzosas enmiendas a Cuba y Puerto Rico, intervenía a fuerza de garrote y de dólares en América Central y el Caribe.

Sólo hay que escuchar a Hugo Chávez para darnos cuenta que el arielismo de ayer como el de hoy rechaza a Estados Unidos por su expansionismo, su intervencionismo y su extraordinaria ambición de ser el jefe del mundo. Su proclamación de que en Venezuela se construye la verdadera democracia y de que en el país del Norte no hay “verdadera democracia” recuerda el cliché de “la democracia bien entendida” de Rodó. Y, lo que no es menos importante, el establecimiento como tarea fundamental de la “revolución bolivariana” la “de hurgar en las entrañas de la patria (y) buscar a fondo las verdades en la historia” conecta con una obra que, como la de Rodó, en palabras de Emir Rodríguez Monegal, “ve la realidad americana con ojos enrarecidos por la historia”.

No se sabe qué es más peligroso para el continente si el pernicioso imperialismo norteamericano –que ya no opera “una suerte de conquista moral”, como revelan sus groseras y obscenas violaciones a los derechos humanos y a la legalidad internacional que no osa siquiera disimular– o si el retorno de una ideología que, como el arielismo, fue el fundamento de muchas de las dictaduras que sufrimos durante todo el siglo XX. Porque el arielismo de nuevo cuño no rechaza la muchedumbre y por eso se vincula con el populismo el cual repotencia en nacionalismo popular. Porque el discurso de identidad del nuevo arielismo, contrario al de Rodó, y como bien demuestra la defensa del “gran revolucionario” Robespierre por Chávez, se construye a partir de una moralización jacobina y no liberal.

El régimen de Chávez es, si se quiere, un arielismo realmente existente. Conciliado con la muchedumbre y las “hordas de la vulgaridad” que tanto detestaba Rodó, a través de la democracia plebiscitaria; mutado, por tanto, en nacionalismo popular por la vía electoral; unificado por el sustrato antiimperialista y antinorteamericano común a todos los arielismos; propulsor de la integración de la “patria grande y única” de América; y, finalmente, decidido a optar por un socialismo que rechazó Rodó pero que parece ser la consecuencia inevitable de la lucha contra el capitalismo y el “futuro fenicio”.

¿Deja este neoarielismo populista, antinorteamericano y de izquierda espacio para un arielismo democrático, liberal, integracionista, y comprometido con la justicia social? Creo que así como el trujillismo fue consecuencia del viejo arielismo, el chavismo es la consecuencia inevitable del “upgrading” de Ariel y que no hay un uso ni democrático ni socialdemocrático del pensamiento reaccionario de Rodó.

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