El rey Cambises condenó cruelmente a un juez indigno

El rey Cambises condenó cruelmente a un juez indigno

El juez Sisamnes fue despellejado por prevaricar y su hijo lo sustituyó

Creso, rey de Lidia, consultó a un oráculo que predijo que si cruzaba el río Halys para entablar batallas, “un gran ejército será destruido”. Confundido en su interpretación, Creso enfrentó a Ciro y el oráculo acertó, pero fue el reino de Creso que fue destruido, mientras que Ciro El Grande se convirtió en un monarca excelso al que se le podían atribuir todas las hazañas, ciertas o falsas.

Tanto es así que el propio Heródoto de Halicarnaso en su primigenia obra “Los nueve libros de la historia” le atribuye a Ciro haber derrotado y conquistado a Egipto, convirtiéndolo en súbdito de Persia, cuando en realidad el vencedor de esa gesta, que amplió el territorio imperial, fue Cambises, hijo de Ciro, a quien sucedió como rey al morir su padre.

Por su parte Jenofonte, en su transcendental obra “Ciropedia”, exalta el rol histórico de Ciro y reseña su vida, hasta que fallece, por causas naturales, luego dar sus últimos consejos a sus dos hijos y allegados, y declarar a Cambises como su sucesor.

Días antes Ciro había hecho ofrendas a Zeus y a otros dioses y proclamó en su lecho de muerte: “Mucho agradecimiento a vosotros, porque también yo conocí vuestra predilección y nunca hasta ahora tuve pensamientos por encima de la condición humana sobre la base de éxitos …la patria, antes inadvertida en Asia, ahora la dejo en un puesto de honor.

Tú Cambises, ocupa el trono que te entregamos los dioses y yo, en la medida de mis posibilidades. Cambises, sabes que este cetro de oro no es la salvaguarda del trono, sino que para los reyes el cetro más auténtico y seguro son los amigos fieles”.

Cambises fue un gran guerrero y Heródoto relata en su libro V el atroz ajusticiamiento de Sisamnes, juez real nombrado por Cambises que cometió prevaricación.

“Al partir…” hacia Sura, Darío “…nombró asimismo por general de las tropas que dejaba en los fuertes de las costas a Otanes, hijo de Sisamnes, uno de los jueces regios a quien, por haberse dejado sobornar en una sentencia inicua, había mandado degollar Cambises, y no satisfecho con tal castigo, cortado por su orden en varias correas el cuero adobado de Sisamnes, había hecho vestir con ellas el mismo trono en que fue dada aquella sentencia: además, en lugar del ajusticiado, degollado y rasgado Sisamnes, había Cambises nombrado por juez a Otanes, su hijo, haciéndole subir sobre aquellas correas a tan fatal asiento, con el triste recuerdo que al mismo tiempo le hizo, de que siempre tuviera presente el tribunal en que estaba sentado cuando diera sus sentencias”.

Heródoto vivió en el siglo V a. de C. y fue revalorizado como “Padre de la historia” en el Renacimiento, unas veinte centurias después.

El mencionado castigo fue tema de grandes maestros pictóricos, incluyendo a Rubens. Además, por encargo de los regidores de la ciudad de Brujas, de Bélgica, el virtuoso Gérard David pintó en 1498 el díptico “El Juicio de Cambises” y “El Desuello de Sisamnes”.

Ese emblemático lienzo fue colocado en la Cámara de Legisladores en el Cabildo Municipal para enaltecer la pureza e imparcialidad de la justicia y para recordar a los jueces y funcionarios sus sagrados deberes ante la sociedad.

Las imágenes del despellejamiento son tétricas y su moraleja aleccionadora. El rey y los testigos aparecen serenos en los cuadros, contemplando los suplicios con rostros impasibles, sin ni siquiera un dejo de compasión, avalando con su actitud el veredicto de un castigo justo y merecido.

Se reporta que Cambises, al designar juez a Otanes, le dijo: “Tú te sentarás, para administrar la justicia, sobre la piel de tu delincuente padre: Si alguien te incita a hacer el mal, recuerda su destino”. “Mira a su piel para que su suerte no se convierte en la tuya”.

Otanes asimiló la lección. Fue un magistrado honorable y un general valiente que triunfó en importantes batallas, mereciendo ser nombrado sátrapa de Jonia. Cambises solo reinó 8 años y no permitió que sus lauros, ganados en históricos combates que sometieron a Chipre y Egipto al dominio persa, fueran ensombrecidos por un indigno juez prevaricador.

Al emitir sus veredictos y sentencias los procuradores y jueces deberían tener presente el angustiante planteamiento de Álvaro Corrado: “Lo más desesperante para una sociedad es la duda de que vivir honradamente, con rectitud, sea inútil”.

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