El riesgo de pretender ciertas amistades

El riesgo de pretender ciertas amistades

Un riesgo que corremos los periodistas que nos creemos amigos de cualquier político es que después de años de admiración o afinidad, alguno asuma que por más irracional o injustificable que resulte alguna acción suya, la amistad debe ser incondicional. Pero entonces dejaría de ser una relación de mutuo respeto, de recíproco verse con agrado por las condiciones extraordinarias que se posean, para subordinarse en una relación distinta, de sumisión.

Sí, ya saben, voy a referirme a los indultos que recientemente decretó el Presidente Fernández y que tanta indignación han causado, al punto de obligarlo a dar una de las pocas conferencias de prensa que ha celebrado como Jefe del Estado, en su nadir como gran comunicador.

El Presidente tiene razón cuando invoca la legalidad de su acción. Pero antes de considerar su moralidad, veamos otro aspecto quizás tan importante, que es la utilidad, el fin práctico. ¿Qué gana un gobernante indultando a un grupo de personas a las cuales sus propios fiscales y procuradores, aparte de los abogados contratados por el Estado, han perseguido judicialmente por años, por causas distintas pero a los ojos del público claramente condenables? ¿Qué posible ventaja, visible u oculta, puede resultar de un ejercicio tan selectivo de la caridad cristiana investida del poder?

Cualquiera que pueda haber sido, a los ojos del Presidente o sus asesores, la motivación o justificación, evidentemente no quisieron ver los inconvenientes o perjuicios políticos de unos indultos claramente escandalosos, agravados por la actitud de los beneficiarios y la juramentación como asesor presidencial del condenado Cambita Pulinario, de nombre tan macondiano como su circunstancia.

Aparte de su incomprensible utilidad, está la cuestión moral. Saber diferenciar entre lo bueno y lo malo, a diferencia del cinismo propio al político común, es una virtud deseable y necesaria de cualquier líder con vocación trascendente. Es un atributo que pocos poseen y muchos simulan. Distinto a conocer la legalidad de cualquier acción, saber distinguir la bondad de la maldad indica poseer unos valores y unos principios que, pese a la inclinación del político común por el tigueraje y audacia, los pueblos aprecian, porque la experiencia demuestra que cuando arriba falta esa sindéresis, todo lo demás se desmorona. La autoridad sin virtud se ilegitima. Que un hombre a quien le quedan más años útiles que los que lleva mandando desencante así a sus amigos es una tragedia.

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