El rococó antillano porcelanoso

El rococó antillano porcelanoso

FEDERICO HENRÍQUEZ GRATEREAUX
Si en la República Dominicana no se produce una profunda “reforma política”, la sola “reforma tributaria” no servirá de nada; la llamada “reforma y modernización del Estado” tampoco podrá surtir ningún efecto social si en los partidos no se modifican las actitudes de sus dirigentes. Quiero decir las actitudes mentales, el talante vital. La Ley Electoral ha sido enmendada varias veces, siempre para mejorarla en aspectos administrativos o en el rigor y claridad de las normas jurídicas de la participación política.  El articulado de la Ley Electoral ha experimentado cambios que pueden calificarse como “muy buenos”.  Sin embargo, desde el punto de vista práctico la Junta Central Electoral sigue siendo una fuente de severos problemas colectivos. 

Ha tenido que ser “partida” en dos cámaras y los jueces electorales han sido objeto de una amplia gama de acusaciones; la forma en que se “expulsó” de la presidencia de la JCE al doctor Morel Cerda es un penoso ejemplo que no requiere descripción pormenorizada.  Los arreglos y negociaciones que siguieron a la “expulsión” de Morel Cerda fueron típicos del estilo político vigente en el país: el “rococó antillano porcelanoso”.  El escándalo de las oficialias civiles, que ahora “cursa” en los periódicos, es otra muestra de arte “rococó porcelanoso”.

La primera cosa que debería variar en la conducta de nuestros políticos es la manera de acercarse a los funcionarios de la Embajada de los Estados Unidos.   Los EUA constituyen una nación de primer rango histórico: por su organización institucional, por su producción económica, por sus creaciones técnicas, por su estimulante vida civil, por su maravillosa literatura.  Motivos para admirar a los EUA los hay de sobra.  En ese país se ha desarrollado una nueva especie de “vegetación social” que jamás había crecido en Europa.  La democracia nunca pasó de ser una deseada teoría política; a lo sumo, un ejercicio limitado al pequeño ámbito de los veinte mil ciudadanos de una ciudad – Estado de la Grecia antigua.  Pero los EUA representan una población de muchos millones de personas, un enorme poder militar y económico cuya influencia abarca el mundo entero.  La vieja política aislacionista de los primeros gobernantes norteamericanos es hoy un simple recuerdo de la “infancia política” de una nación emergente del siglo XIX.

Los consejeros y artífices de la política exterior norteamericana contemporánea son casi todos extranjeros o ciudadanos de “hechura” reciente: Henry Kissinger, Madeleine Albright, Francis Fukuyama, Zbinew Brzezinski, Joseph S. Nye.  El primero de estos hombres señaló, desde los comienzos de su actuación pública, que la política exterior de los EUA se distingue por dos vectores contradictorios: cierta benevolencia idealista mezclada con visiones ideológicas y, a la vez, con intereses pragmáticos de comercio, mercado, alianzas políticas.  Los consejeros de seguridad han convencido a los funcionarios y políticos norteamericanos de que un imperio está obligado a ser cruel e inclemente.  La experiencia personal de estos europeos, que sufrieron los efectos de dos guerras mundiales, les curó de muchas “ingenuidades altruistas”.  El egoísmo ha sido la ley de las naciones a lo largo de la historia.  Los académicos europeos conocen al dedillo el  funcionamiento de todos los imperios, antiguos y modernos.  Egipcios, persas, caldeos, griegos, romanos, son los modelos más socorridos.  Kissinger, como saben bien politólogos y periodistas, expuso en el libro Un mundo restaurado, una teoría sobre el carácter que adquiere la política cuando compiten por el predominio una nación revolucionaria poderosa y una nación conservadora igualmente poderosa.  Napoleón y Metternich, el imperio francés y el imperio austrohúngaro, se usaron en Norteamérica como paradigmas escolares para la intelección de la Guerra Fría entre los EUA y la Unión Soviética.

Los Estados Unidos fracasaron en Afganistán.  La invasión no sirvió para atrapar a Osama bin Laden, ni para controlar a los barones de la guerra, ni para disminuir la producción de opio, ni la influencia de los rusos en ese convulso territorio.  Volvieron a fracasar en Irak, donde se han contado más muertes durante la ocupación que en las operaciones militares que precedieron a la invasión.  Las últimas declaraciones de Condoleeza Rice acerca del uso de la fuerza militar por parte de los EUA son inquietantes.  La secretaria de Estado Rice nos dice que “la fuerza garantiza la democracia”.  Lo afirma de manera general, incluyendo en su “doctrina” lo mismo a Irak y Corea que a Haití y la RD.  Esos fracasos y esos postulados son peligrosos para los propios Estados Unidos.

Los europeos han preferido una moneda común antes que un ejército común, el crecimiento económico y la movilidad laboral les parece más importante que el armamento militar.  En los Estados Unidos el consumo de artículos importados y el gasto gubernamental corroen de continuo la moneda.  El déficit fiscal y el balance desfavorable del comercio exterior son dos problemas que se suman al costo de las guerras.  En Europa, en cambio, los déficits públicos están reprimidos por los reglamentos comunitarios.  Los políticos dominicanos, en nombre de un país pequeño y débil, podrían discutir –presentando razones y argumentos fundados– con Francia, España, Estados Unidos, los intereses vitales de casi nueve millones de dominicanos.  Y hacerlo con dignidad y buenos resultados.  Nuestro país es pequeño, no es un mercado inmenso del que no se pueda prescindir, no parece albergar uranio en el subsuelo.   Ciertamente, somos pobladores de una isla “colocada en el centro” de un mar interior que se extiende desde La Florida hasta Venezuela.  Tal vez sea posible negociar “la estrategia de los grandes” sin sacrificar el bienestar de los pequeños.  Esto lo han hecho en varias épocas algunos países de Europa.  ¿Podríamos “poner por escrito” los puntos básicos de una política exterior dominicana con los EUA, con Haití, con Venezuela?

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