El ron se puede dejar

El ron se puede dejar

Durante mis años de bebedor, disfruté con el ron criollo, al cual debo una que otra conquista amorosa, ya que es harto conocido que la desinhibición que produce viabiliza el discurso seductor.

Cuando decidí alejarme del etílico producto, apelé a varias medidas que facilitaron el paso de borracho conocido a alcohólico anónimo.

Lo primero fue desechar los jumos inducidos, surgidos de la invitación de alguno de mis tercios habituales.

De cada tres prendis, uno cae dentro de esta categoría, y el aficionado a las degluciones romiles puede, si se lo propone, reducir en una tercera parte estos incendios de beodo.    Algo que ningún romófilo puede evitar son las protestas de sus compañeros de parranda cuando consideran que su ritmo en la bebedera es lento.

-¿A qué se debe el maldito barajar de tragos que te ha entrado?, es un cuestionamiento común a los rezagados en la chupadera del aguardiente.

Me mantuve firme en cuanto a no ceder a estas presiones de los chupópteros,  aunque me tacharan de bebedor flojo.

En algunas de las fiestas “bebibles” también rechazaba los tragos que me ofrecían, diciendo que estaba resacado por el  jumo del día anterior.

– La resaca desaparece con otro jumo- señalaba alguno de los presentes, y entonces mostraba mi desacuerdo con esa creencia.

Existen borrachones fuertes, que son los que beben diariamente, y otros que lo hacen una o dos veces por semana, pero en cantidades industriales. Mis parientes, y los antiguos tercios, saben que pertenecía a estos últimos.   Mi día preferido para los suapes alcohólicos era el sábado, debido a que laboraba  hasta el viernes, y los fines de semana se unían la borrachera sabatina, y la resaca dominical.  La última parranda romil, el 5 de junio de 1971, fue tan larga, y tan fuerte el malestar al día siguiente, que juré alejar de mi galillo las incendiarias caricias.     El sábado siguiente lo pasé con una nerviosidad superior a la de un adolescente en el beso inicial a la primera noviecita.

Para disminuirla caminé en la tarde por los alrededores de mi casa durante una hora, lo que me cansó de tal forma, que a las nueve de la noche estaba roncando frente a un abanico funcionando con el máximo de su potencial refrescante. No he vuelto a ingerir bebidas alcohólicas desde entonces, pese a que me gustaban tanto, que a veces las retenía un rato en la boca para morderlas tiernamente.

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