El rostro del descaro

El rostro del descaro

La condición humana tiende a colocarnos frente a dilemas esenciales que, sin el anhelo de asumirnos puros, debemos tener plena conciencia del lastre descalificador capaz de dañar a los nuestros. Y no hay paso del tiempo apto para borrar esos episodios ominosos en gente llamada a cuidar glorias y honras pasadas.
Cuentan que Emilio Morel mostró que la formación intelectual no obstruye conductas políticas lastimosas. En él, servir a Horacio Vásquez, Federico Velásquez y Trujillo Molina constituía la “sabia maniobra” de un habilidoso hombre al que su afán por mantenerse adherido al poder le condujeron por los caminos de la incongruencia ética. La maquinaria de la tiranía lo utilizó para orquestar acusaciones contra Rafael Estrella Ureña, y al final de sus días, alejado de la patria y calificado de “traidor” por el régimen, entendió que el desleal pierde respeto en el litoral donde habitaba y jamás consigue la verdadera gracia de sus nuevos amos.
Una montaña de conocimiento, como Manuel Rueda escribió: De pie Trujillo habla cada noche/ en el sueño tranquilo de la patria/. La lucidez de Fernández Spencer perdió el rumbo en un poema triste: Trujillo es la alegría por los caminos del maíz/ Es lluvia fina, generosa. Y hasta Manuel Arturo Peña Batlle, con años de resistencia a la tiranía cayó en sus garras con un discurso pronunciado el 23 de febrero de 1935, para meses después ingresar al Partido Dominicano.
Cito esos episodios amargos porque una sociedad necesita colocarse frente al espejo de sus miserias. Así el rostro del descaro adquiere categoría referencial ante la fatal tendencia de reproducir en el tiempo y espacio el amplísimo club de gente que se vende, cambia de parecer, viola principios y traiciona el honor familiar. No hablo de un apego inelástico a posiciones políticas e ideológicas sino al motivo esencial de “esos cambios” que están asociados a ventajas y oportunismos en capacidad de traducir una visión en toda la sociedad de que “lo correcto” es actuar distante de reglas elementales de decencia.
Convencido de lo imperfecto de la condición humana me refugio que en el balance de la vida lo importante es exhibir más oro que escoria. Pienso en las debilidades del insigne Francisco del Rosario Sánchez, arrodillado por el funesto hombre que liquidó en el paredón a María Trinidad. Confieso mis pesares porque coincidir con ideas del adversario podrían traducirse en entrega de conceptos por vía de ventajas económicas. Aunque no siempre ha sido así, la jurisprudencia política revela esos signos de flojera moral y pragmatismo. Básicamente, cuando el lente fotográfico y la portada del periódico Hoy desnudó la caravana clientelar aterrizando en el ayuntamiento de San Cristóbal en busca de empleos gestionados por una dama que descuida normas vitales, olvidándose de la trascendencia de una viudez digna de mejor suerte.
Mal creí que una designación en el viejo continente establecería las distancias necesarias para largos silencios cómplices de cercanos, amigos y compañeros que, siempre obedientes a la memoria del líder, sepultaran el rumor certero de manejos financieros indecentes, ventajas empresariales en honor al glorioso guerrero fallecido y apoyo económico en nóminas públicas como acto de compensación a tantas difamaciones y calumnias inmerecidas. Pero no!.
Tanta gloria no puede volverse sal y agua. Una organización legendaria no puede pavonearse con tanto descaro frente al ojo ciudadano. Por eso, las combinaciones para articular fallos que preserven el tinglado institucional, garantizando entendimientos donde migajas de poder justifiquen designaciones ministeriales que serán materia de escándalo en corto plazo.

¡Oh líder, qué descarados han sido!

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