El ruido mata, pobre cerebro

El ruido mata, pobre cerebro

A través de siglos se ha demostrado que el ruido es un irritante contra la paz mental. Desde las calles de la antigua Grecia hasta las grandes ciudades modernas de hoy, donde Tokio y Madrid las encabezan como las más ruidosas. Se ha comprobado que el ruido hace mal, provoca: aumento de la tensión arterial, sordera, dolores de cabeza, impide dormir, aumenta la irritabilidad, producen úlceras gástricas y duodenales, aumenta los chances de producir accidentes, es decir que esa horripilante contaminación acústica no es gratuita para el cerebro y la salud como global.

Como lamentaba el filósofo Schopenhauer (1788-1860) “que las voces altas y la música mala penetran en la conciencia donde destruyen los pensamientos” y eso que él estaba muy distante del mundo actual con: maquinarias, bocinas, alarmas, ruidosas campañas políticas, vecinos sin “clase” ni educación, discotecas, bulliciosas calles con densa carga vehicular, los colmadones y sus delivires con motores viejísimos sin moflers, el camión de la basura, los ruidosos motores ninjas que al parecer sus “viejevos” conductores sienten con el bullicio un placer orgásmico.

El ruido, definido como un sonido indeseado, tiene múltiples efectos negativos, aparte de interferir en la comunicación, en el rendimiento intelectual, en el estado de ánimo, es en verdad un contaminante, pues los trastornos del sueño, emocionales, cardiovasculares y el deterioro cognitivo en niños, no son cosas simples.

Está demostrado que el ruido afecta el rendimiento intelectual sobre todo la memoria a corto plazo. Las voces y otros ruidos discontinuos resultan perjudiciales. Tanto en las oficinas como en las aulas, si se logra filtrar las frecuencias agudas del murmullo de fondo, mejora la capacidad de memorización. En las aulas que hay muchos ruidos, en las que resuena la voz y predomina el ruido de fondo, se dificultan la comprensión y el aprendizaje en los escolares.

El ruido no solo afecta por su intensidad sino por igual por su duración, esto lo noto en mí, cuando viajo a Jarabacoa, a la Colonia, a Juan Dolio, a Casa de Campo o a Palmar de Ocoa con mis atentos fraternos, me despierto con mayor mansedumbre. Veamos la explicación en los decibles (dB), que son las unidades empleadas en la acústica como una magnitud de referencia sonora. La explosión de una bomba atómica produce 200 dB, un concierto de rock y un colmadón dominicano 140 dB, una motocicleta 120 dB, una conversación normal en otros países más silentes 40 dB, una conversación entre dominicanos 60 dB, el ruido de un mosquito al oído 20.

Como vemos al pobre infortunado que le tocó ser vecino de un colmadón o vivir en un vecindario de grandes alborotos, está destinado a padecer irritabilidad y mal humor. La respuesta, es que el cerebro se modifica con las agresiones sonoras pues no sólo producen sordera o tinnitus (chicharras en el oído), sino que modifican nuestros cerebros para la interpretación del habla. Según un estudio publicado en la revista “Ear and Hearing”, calzado por Michael Kilgard, de la Universidad de Texas. Confirman que estar expuesto regularmente a más de 100 decibles produce sordera.

Mi afectuoso amigo Ramón Emilio Colombo, en su columna “Fogaraté” del 9 de julio, en respuesta al pedido de permitir zonas de tolerancia de ruido señaló: que fueran en isla Beata, Alto Velo, Catalina y Cabritos. Tanto él, como los directores de este diario coincidimos en que la tolerancia para el ruido deber ser cero, está demostrado que provoca daños graves e irreversibles al sistema nervioso, al cardiovascular, al gastrointestinal y a la audición, en fin, que produce daños reales como la muerte. Como todos los “pensantes” sueño utopías, los domingos me gusta “soñar” en perfecciones sociales, en los casos importantes de agresiones sonoras, al igual que a los falsificadores de medicina, si pidiéramos aplicarles las eficientísimas “leyes chinas” estas fueran una verdadera ejemplaridad para frenar a esos patibularios, le daríamos esa potestad al Comité de Ruidos. Permítanme citar a mi tocayo Arturo Schopenhauer, filósofo alemán, quien señaló que: “La inteligencia, es una facultad humana que es inversamente proporcional a la capacidad de soportar ruidos”. En eso estoy totalmente de acuerdo, valórelo por usted mismo ¿a quiénes son a los que más les gustan los ruidos?

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