El sabor de la victoria

El sabor de la victoria

MARIEN ARISTY CAPITÁN
La pequeña estaba sentada sobre un cajón. Lloraba, profusamente, porque todo le salía mal. No había forma, por más que lo intentara, de sentirse grande e importante. Impotente, decidió hacer algo al respecto.

Fue entonces cuando se encontró con el señor sol. Mirando hacia el cielo, con un montón de lágrimas vistiendo su mirada, le preguntó qué debía hacer. Espera, dijo él, y esfuérzate más de lo que lo has hecho hasta hoy.

A partir de ese día la niña trabajó muy duro. Con el paso del tiempo, mientras crecía, aprendió a ocultar sus defectos y mostrarse, aunque no lo era, como un ser perfecto. Así consiguió lo que quería: el éxito y la aprobación.

Ese triunfo, sin embargo, la llevó hasta el olvido y la obsesión. Su lucha, aunque completa, la había llevado hasta el camino de la arrogancia y el desdén: de tanto empeñarse por ser lo que deseaba, dejó de lado la humildad y se cegó.

Su ceguera llegó a un punto tal que la joven mujer perdió la objetividad y los recuerdos: ya no sabía lo que había sido ni cómo o por qué había logrado su objetivo; los detalles, la gente y las circunstancias no significaban nada en su vida. Y comenzó a equivocarse.

Un buen día los errores le pasaron factura. En ese momento se descubrió sola, fracasada. Buscó respuestas. No las encontró. Lloró. Y regresó el sol: debía volver a comenzar. Esta no perdería el tino; ?Victoria? sabía que no habría una segunda oportunidad.

Hacía mucho tiempo que no recordaba la historia de Victoria. El miércoles, pasado, sin embargo, me llegó fresca y lúcida: estrenábamos un nuevo gobierno, mayoritario y triunfante, que comenzaba a saborear las miles del triunfo; por fin el “morado” alcanzaba ese gran sueño por el que tanto había trabajado.

Al día siguiente, los rostros de los funcionarios estaban radiantes. Se sabían triunfantes. Por eso recordé la historia de aquella pequeña a la que el tiempo le dio todo lo que buscaba pero, por culpa de sus propias debilidades, finalmente fracasó.

Ese fracaso puede llegarle al Partido de la Liberación Dominicana (PLD) muy fácilmente. Sólo basta con que olvide la forma en qué conquistó la cima: sobre los cadáveres de la oposición. Es que, y es preciso decirlo hoy, fueron la decepción y el hastío los que le valieron el triunfo. Amén de sus cualidades, los peledeístas no pueden darse el lujo de equivocarse esta vez. Tienen que ser humildes, recordando siempre que le estamos mirando de cerca, y actuar con cautela; les hemos dado la oportunidad de trabajar sin desmayo, haciendo lo que deben por el país, y no pueden darse el lujo de fallarnos. De hacerlo, la factura les saldrá carísima.

Nadie desea que este Gobierno fracase. Le elegimos porque estábamos mal, temiendo siempre lo peor. Por eso su triunfo aplastante; había que salir del hoyo, a como dé lugar, y lo mejor era apostar por aquellos que nos dan estabilidad.

La mejor manera de corroborar mis palabras es repasar la última encuesta de HOY, en la que ex presidente Hipólito Mejía salió con una popularidad de menos de un 1%. Eso no es casualidad.

Esa es la lección que no debe olvidar nunca el Partido Revolucionario Dominicano. Tampoco, aunque esté en la otra acera, el PLD. Recuerden, y recuérdenlo bien, que las segundas oportunidades no se andan regalando por las esquinas. Vale ver nuestras vidas, repasándolas con cuidado, para reparar en ello.

Al pensar en las oportunidades, se impone que pensemos en todas las veces que hemos olvidado aquellas lecciones que la vida nos ha querido dar. ¿Qué ha pasado? Nos hemos encontrado con un nuevo fracaso. También con otro castigo.

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