El sabor de los
escándalos irresolubles

El sabor de los<BR>escándalos irresolubles

Una táctica política, desde que nos liberamos de la dictadura en 1961, es que los políticos de cualquier tendencia, al verse en el poder, provocan, consciente o inconscientemente por ignorancia, una serie de escándalos que permanecen sin solución, alimentando una costumbre que nos lleva a vivir de un escándalo en otro, posponiendo malestares sociales.

Ya nos hemos acostumbrado a despertarnos con la denuncia de un escándalo, o asombrarnos cuando en las noches los vemos por la televisión, y en menos de una semana desaparece para ser reemplazado por otro de mayor envergadura.

Los escándalos, que nos han sacudido por la vulnerabilidad del país con el asedio de los narcotraficantes y sus profundas ramificaciones en todo el estamento oficial del país, son reemplazados por los crímenes que esos protagonistas ejecutan en las calles, asesinando sin piedad a quienes le quedan mal. Ahí está la espiral de la violencia promovida por los delincuentes y la policía en sus enfrentamientos procurando eliminar a aquellos de la forma más expedita para evitar que sean liberados por el complaciente sistema judicial.

Los escándalos oficiales de corrupción se suceden en cascada, lo notable es de cómo se dispersan las bellaquerías que se cometen con el desayuno escolar para llegar ahora a la inexplicable inversión millonaria en impresión de libros de una reforma curricular que pretende erradicar la tradicional enseñanza de la lengua española. Son hechos que hablan a las claras de que la codicia, la incapacidad y el “no me importa” arropa la conducta de los funcionarios. Con cada programa de salud se producen crueldades monetarias que van desde compras para equipar hospitales, que luego se almacenan dejándolos destruir, pero ya la comisión por esa compra se cobró; se dilatan las reparaciones de los hospitales para elevar sus costos, y luego, los cascarones vacíos de los centros remodelados hablan a las claras de la incapacidad para atender una demanda incrementada con el cólera frente a la conformidad de aceptar la desenfrenada invasión haitiana en busca de la salud.

Y el escándalo de la indetenible invasión haitiana se agudiza por la forma tan expedita de cómo se hace el flujo humano, mediante el pago de un gracioso peaje que va de acuerdo con la demanda y las necesidades del vecino occidental, estos en mayor cantidad cruzan desde el terremoto de enero y acelerado ahora con el brote de cólera.

El escándalo de ayer se desvanece con el de hoy; la suerte hasta ahora es por la estabilidad económica, que permite tantos devaneos corruptos de los que, en un momento dado, se vendieron como los paradigmas de la honestidad. Con sus señales visibles de ostentación y de prepotencia tiraron por tierra las creencias que se tenía de personas que antes vivían modestamente y ahora lo hacen desde majestuosas torres en la Anacaona o en Piantini.

Y este fin de año no será distinto al anterior, continúa la sangre derramada y los robos, sin tantos enfrentamientos entre los traficantes de drogas y sus protectores oficiales. Permanece la codicia entre los que se disputan el pastel oficial, que aparenta reducirse por las disposiciones de desempolvar las leyes que establecen las reglas para las compras oficiales. El arca del tesoro sigue abierta en las obras públicas sobrevaloradas a discreción de los funcionarios responsables.

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