El salario se vuelve sal y agua

El salario se vuelve sal y agua

El empobrecimiento de la sociedad dominicana no es una percepción. Tampoco es una hipérbole o la magnificación de una coyuntura. Hay a nuestro alrededor elementos visibles y sensibles que nos indican cómo los dominicanos han entrado en un proceso de limitaciones en casi todos los órdenes de la vida.

Y no es que la pobreza sea un fenómeno nuevo en la República Dominicana. Nada de esto, por favor. En general, siempre hemos sido pobres. Hay pobreza en el campo y en la ciudad. Se ve en los hogares y en las calles, en los hospitales y en las escuelas, en las oficinas y en las fábricas. Las estadísticas difieren sobre cuántos son los pobres dominicanos, pero en general coinciden en que son muchos, millones.

Pero de lo que ahora estamos hablando es de un proceso de empobrecimiento, en unos casos, y de pauperización, en otros, que ha reaparecido con una intensidad asombrosa en los últimos meses, digamos que a lo largo de todo este año. Los perfiles más importantes de este hecho dramático están siendo descritos magistralmente en una serie de reportajes que publica este diario bajo las firmas de Minerva Isa, Eladio Pichardo y Sorange Batista.

La clave del resurgimiento de esta escasez, porque toda pobreza está representada por una escasez de bienes y servicios básicos, parece ser la mengua acelerada de la capacidad de compra de unos salarios que ya eran de hambre pero que ahora son de indigencia y de indigentes. La depreciación del peso frente al dólar, en una sociedad cuya dolarización es un hecho desde hace años, ha convocado de manera deshonrosa a la miseria.

Tengo ante mí el informe diario de indicadores económicos que ofrece la Oficina de Desarrollo Humano, el cual nos muestra cómo el salario mínimo legal de las empresas consideradas grandes ha caído de 200 dólares mensuales a 126 dólares, desde noviembre del 2001 a noviembre de este año. Estamos hablando de un bajón equivalente al 37%, un hecho financiero dramático.

Pero el dramatismo se nos presenta con mayor intensidad cuando nos damos cuenta que para octubre del año pasado, el 2002, ese salario mensual equivalía a 188 dólares y para octubre de este año había caído a 126, o sea, una disminución equivalente al 33% en doce meses.

El informe también ilustra la caída del salario mínimo legal de las zonas francas industriales, medido en dólares. Para octubre del 2001 equivalía a 146 dólares, y para el mismo mes de este año cayó a 79 dólares. Disminuyó en casi el 50%.

Imagínese el lector cómo estarán los presupuestos de las familias dominicanas. Porque el cuadro se completa considerando la realidad de una inflación desbocada que este año rebasará el 40%.

La depreciación del peso, por lo demás, ha afectado seriamente a todos los sectores de la vida nacional, contrario a lo que cree alguna gente. Los comercios, los restoranes, los bares, las industrias, las entidades de servicio, las agroindustrias, los chiriperos, los echadías, los buhoneros, las iglesias, las organizaciones de servicio, las universidades, las escuelas y el largo ejército de micro y pequeñas empresas informales han visto su capital, su presupuesto y su patrimonio, grande, mediano o pequeño, disolverse como sal en el agua.

Las iglesias cristianas, católicas y evangélicas, son las únicas instituciones sociales que tienen acceso a los hogares de las familias, a su intimidad, y sus párrocos y pastores dan testimonio del profundo malestar que se viene asentando en muchas casas desde hace meses. Porque en no pocas familias empiezan a escasear bienes básicos y necesarios.

La depreciación de la moneda y la inflación derivada están acabando con la capacidad de compra y la calidad de vida de los dominicanos, pero la situación es más dramática para quienes carecen de empleo. Pero sobre estos hablaremos en otra ocasión.

(bavegado@yahoo.com)

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