Uno de los miembros de número de la Academia Dominicana de la Lengua (ADL) y vocal en el cuadro de la Junta Directiva de la institución, ofrecía un saludo especial a la persona que ocupaba, en esos momentos, la posición de secretario perpetuo del organismo.
Cada vez que se cruzaban vocal y secretario, el primero saludaba: ¿Qué dice el secretario perpetuo?
Era un ritual que había sentado sus efectos entre cordialidad y aprecio.
Transcurrieron los días, y la inquietud de la perpetuidad en algunos de los cargos de la Academia había cedido amplio territorio. Los incumbentes de cada país hispanohablante estuvimos de acuerdo con eliminar el adjetivo /perpetuo/ en la duración de funciones directivas que aún lo conservaban, como bibliotecario, vocal, secretario etc. Se pasó al nivel de /periodicidad/ usual.
Mientras, estuvimos en las tareas de estudio y elaboración de la nueva carta decisoria de éstos y de otros aspectos de reglamentación.
El trabajo fue cumplido y se discutió para la consiguiente aprobación y firma.
Nuestra filial había languidecido bastante a la última mitad del siglo de la lucha que siguió a la caída de la dictadura.
Se decidió la incorporación de jóvenes talentos de la cultura de la lengua. Se elaboraron los nuevos Estatutos para la Academia Dominicana y se les envió un ejemplar a cada miembro de número.
Temprano, una mañana, la persona encargada de oficinas me dijo que tenía una llamada de parte de la doctora María Rosa Belliard. Accedí de inmediato. La saludé y me puse a su disposición.
La doctora Belliard me explicó que se comunicaba conmigo por instrucciones del profesor Joaquín Balaguer, quien le expresó que me informara que había estudiado muy bien el proyecto de reformas a los estatutos de nuestra Academia de la Lengua (ADL), correspondiente de la Real Academia Española (RAE). Y que el doctor quería saber si puede firmar el ejemplar que recibió para fines de estudio. Respondí de la siguiente manera:
-Exactamente. Aunque ya en la Asamblea dieron el apoyo, colocamos el nombre del profesor en primer orden, ya que el exmandatario es el más antiguo de los miembros de número de nuestra entidad, y que si nos daba su autorización, fuera él, primero en firmarlos. Así se cumplió.
La filial dominicana estrenó estatutos modernos, libres de añadiduras impertinentes.
¿Habría perdido yo la amable salutación de “secretario perpetuo”, de parte de un colega en las áreas de los asientos de la entidad?
Varios años atrás asistimos, en familia, a las bodas de la señorita Josefina Escuder Díaz, hija de Aminta Díaz de Escuder, Fifinita, como la apodamos. Es una de las tres hijas procreadas con José Escuder Ramírez, fallecido en el 1960.
Fuimos un triángulo de amigos inseparables: Escuder, Nicanor Pichardo Cruz (Nica) y el suscrito.
Volvamos a la ceremonia nupcial. Oficiaba un joven obispo de origen vegano, cuya sede, entendíamos que corresponde sin conflictos a una diócesis próxima.
Desde el primer momento me atrajo su discurso: claro, sencillo, ajeno de formulaciones altisonantes innecesarias, pero sí expresiones oportunas, alentadoras, inclinadas por la fe y por el amor cristiano.
Al concluir la ceremonia, salimos a los jardines de la Catedral de La Vega, y dije a mi hijo mayor:
“Este sacerdote es muy especial. Aunque joven, es evidente que hará una magnífica carrera en la Iglesia Católica en favor de los marginados y por la dignidad humana”.
Su nombre, su Alta Dignidad: Excelencia Nicolás de Jesús Cardenal López Rodríguez: Hoy Cardenal “ad vitam”.