El Segundo Templo

El Segundo Templo<BR>

POR CLAUDIA DE ALBA
6 – 12
 
En el año 539 AEC el ejército de Ciro, rey de Persia, conquistó Babilonia. Consciente del lazo divino entre el pueblo y la tierra de Israel, Ciro emitió una proclamación llamando a los exiliados judíos a retomar a su patria ancestral y a reconstruir el templo. Ordenó a sus súbditos subsidiar a los judíos pobres de modo que pudieran unirse a sus hermanos que retomaban a su tierra; así mismo tomo las vasijas sagradas saqueadas por los babilonios y las confió a los lideres de los exiliados que regresaban.

La proclamación real impulsó a muchos a regresar a la tierra, pero muchos más eligieron quedarse y brindar un generoso apoyo a los que regresaban. Al año siguiente, los que retornaron dedicaron un altar en el sitio del templo y, respaldados por un permiso real, colocaron la primera piedra, recaudaron fondos y empezaron a reconstruir el templo. A pesar de varios contra tiempos, el segundo templo se completó en el sexto año del reinado de Darío (515 AEC), yerno de Ciro, y fue dedicado con gran pompa y regocijo.

El periodo del segundo templo vio un retorno a la observancia religiosa y al estudio de la Torá, proveído por el establecimiento de la knéset haguedolá (gran asamblea) de 120 miembros, la suprema autoridad religiosa en la tierra. Además fueron reconstruidas las murallas de Jerusalén y la textura de la vida cotidiana-comercio, agricultura y construcción- se reforzó, pudiendo el pueblo peregrinar nuevamente a Jerusalén en las 3 festividades principales -Pésaj (Pascua), Shavuot (Pentecostés) y Sucot (Tabernáculos): “Yo me alegré con los que me decían: a la casa de Jehová iremos. Nuestros pies estuvieron dentro de tus puertas, Oh Jerusalén… allá subieron las tribus, para alabar el nombre de Jehovᔠ(salmos 122:1-4).

No obstante, el retorno a su patria no significó la soberanía. El periodo del segundo templo estuvo acompañado por luchas políticas y militares por la independencia, que eludió al pueblo durante la mayor parte de esa era. Con la excepción de la dinastía hasmonea, que gobernó durante menos de un siglo. El país permaneció bajo dominio extranjero, sometido sucesivamente a los persas, los ptolomeos de Egipto, los seleucidas de Siria y finalmente los romanos.

El largo y amargo exilio

En el año 66 EC el emperador romano Nerón envió sus legiones, bajo el mando de Vespasiano, a la tierra de Israel, donde el pueblo se había rebelado contra los conquistadores. Vespasiano desoló el país y desbastó sus ciudades. Masacro a las mayorías de sus habitantes y vendió a los sobrevivientes como esclavos. Entones se dirigió a Jerusalén, último refugio y esperanza del pueblo. Después de la muerte de Nerón, Vespasiano regresó a Roma como emperador, dejando a su hijo Tito al mando de las legiones que sitiaban Jerusalén.

Durante un tiempo el pueblo luchó valientemente y pudo repeler los intentos romanos de irrumpir a través de las murallas de la ciudad. No obstante, el hambre se convirtió rápidamente en una amenaza aun mayor para su supervivencia. El 17 de tamuz los soldados de Tito irrumpieron por las murallas de la ciudad, 3 semanas más tarde, el 9 de av, Tito los guió al complejo del templo -en cosas de horas estaban en vuelto en llamas. La visión de su templo ardiendo fue demasiado para muchos de los habitantes judíos de Jerusalén y muchos de ellos prefirieron saltar dentro del infierno o dejarse caer sobre sus propias espadas. Los romanos masacraron a la población sin mostrar compasión por mujeres, niños o ancianos. Después incendiaron toda la ciudad.

A partir de ese día el pueblo judío comenzó un largo y amargo viaje en un exilio que duró cerca de 2000 añ0 – un exilio caracterizado por la miseria, la persecución y los libelos de sangre, sin que ningún país le proveyera de un refugio duradero. Sin embargo, durante la larga diáspora las generaciones de judíos jamás olvidaron Jerusalem. Tres veces por día se volvían hacia la ciudad santa y oraban: Has que nuestros ojos presencien tu retorno a Sión. Paralelamente una pequeña minoría permaneció en la tierra de Israel preservando la chispa judía en la antigua patria y esperando pacientemente el día en que los exiliados retornarían.

Después de la destrucción del segundo templo, los sobrevivientes quedaron desconsolados. Su profundo duelo era visible por toda la tierra: cuando el templo fue destruido por la segundo vez, muchas personas en Israel pasaron a ser ascetas, comprometiéndose a no comer carne ni beber el vino. Rabí Joshua les dijo: “Hijos míos porque no comeis carnes ni bebeis vino”, le respondieron: “¿Comeremos de la carne que solíamos llevar como ofrenda al altar, ahora que este esta en receso? ¿Beberemos el vino que solía ser vertido como una libación sobre el altar y ya no más?”.  Rabí Hoshua sostuvo que, por consecuencia, debían de abstenerse de comer pan, frutas, e incluso de beber agua, porque todo se ofrecía en el templo.

“Hijos míos, escuchadme”, dijo, “no estar de duelo es imposible, por que hemos recibido un golpe. Afligirse demasiado también es imposible, por que no podemos imponer a la comunidad una pena que la mayoría no pueda resistir”. Por lo tanto los sabios de esa generación decretaron que se recordaría la destrucción del templo en todo evento y actividad que fueran causas de regocijos. Cuando una persona construya una casa dejara un codo cuadrado frente a la entrada sin pintar, de modo la alegría en su casa no será completa y todo el que entre ella habrá de recordar la destrucción. Otra costumbre relacionada con el duelo por el templo, que fuera implementada, fue esparcir cenizas sobre la cabeza de la novia, como señal de duelo en el día de su mayor alegría y la costumbre de quebrar un vaso bajo la canopia nupcial, acompañado del lamento: si me olvidare de ti o Jerusalén, pierda mi diestra su destreza. Mi lengua se pegue a mi paladar, si de ti no me acordare; si no enalteciere a Jerusalén como preferente asunto de mi alegría (salmos 137-5-6) las mismas palabras con las que los exiliados después de la  primavera destrucción prometieron su lealtad a Jerusalén.

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