Ya cruzamos la mitad del año y ya cruzamos la mitad del Evangelio de Mateo. ¿Qué clase de creyentes vamos siendo? Creer es la aventura de responderle al sembrador y su semilla. En Mateo 13, 1-23, vemos a Jesús, sentado en una barca y un gentío escuchándolo. Con la parábola del sembrador, Jesús examina la fe de sus oyentes y la nuestra.
Jesús es ese sembrador que ha salido a sembrar la Palabra del Reino. Y la tierra es el corazón de aquella gente y el nuestro.
La parábola enseña que la Palabra crecerá y dará fruto en uno si uno escucha la Palabra y la entiende.
Escuchar, no es simplemente oír, sino acoger con toda nuestra mente, alma y corazón lo que el Señor nos plantea. Mucha gente puede repetir el catecismo de memoria, pero todavía no ha escuchado la Palabra.
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Cuando Jesús dice “entender”, tampoco se refiere a un conocimiento intelectual, sino vital. Para entender lo que Jesús plantea, primero hay que “tender hacia” Él y su Palabra de vida. La muchacha enamorada tiende toda su alma hacia su muchacho y guarda en su corazón sus proyectos y sueños.
El sembrador y la semilla no podrían ser mejores, pero nosotros somos malos creyentes, porque nuestra vida atolondrada está endurecida por muchas pisadas como un camino por donde cruza cualquiera. Nos falta profundidad como la tierra pedregosa. Salimos entusiasmados de un retiro, pero sin raíces y pronto lo brotado se seca. O queremos vivir la Buena Noticia rodeados de afanes egoístas que la ahogan. ¿Una parábola pesimista?
¡Para nada! El sembrador cree tanto en la fuerza de la semilla, que la lanza sobre caminos, piedras y espinos. Dice el Señor, que su Palabra no volverá a Él vacía, ¿y tú?
Escucha: ¡ya el Sembrador salió a sembrar!