El Senado norteamericano y Haití

El Senado norteamericano y Haití

HOMERO LUIS HERNÁNDEZ SÁNCHEZ
El sábado 25 de septiembre, exactamente 41 años después de aquel nefasto golpe de Estado contra el Gobierno Constitucional del profesor Bosch, leí con sumo interés una información de AFP aparecida en este mismo diario sobre una resolución del Senado de los Estados Unidos de América relativa a la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH). En la cual se expresa que un fracaso de esta Misión convertiría a Haití de un Estado fracasado a un Estado criminal. Y yo añado, con consecuencias inéditas contra nuestro país. Y no podíamos estar más de acuerdo con dichas expresiones.

Sin embargo, el problema de Haití va más allá del simple hecho de crear un clima «estable y seguro» para realizar elecciones «libres y democráticas».

Haciendo historia reciente de este hermano país y las Naciones Unidas, recordaremos que en febrero de 1993 tuvo lugar el despliegue de la Misión Civil Internacional en Haití -operación conjunta de las Naciones Unidas y la OEA. El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en su resolución 940 (1994), autoriza el despliegue de una fuerza multinacional de 20,000 hombres para facilitar el regreso de las autoridades legítimas, mantener un entorno seguro y estable en el país y promover el imperio de la ley.

A pesar de todos los esfuerzos, no llegó a consolidarse un verdadero sistema democrático; no se afianzaron instituciones eficaces y autónomas a todos los niveles, en particular, en la esfera de la seguridad y el orden públicos; y no se pudieron prestar servicios públicos, laguna que las organizaciones no gubernamentales (ONGs) trataron de colmar al margen del marco institucional, sin resultados positivos tampoco.

Se avanzó muy poco y de manera desigual en la profesionalización de la Policía Nacional Haitiana; aumentó el tráfico de drogas; prosiguieron la violación a los derechos humanos y la corrupción, y finalmente, sobre todo, no se crearon las condiciones necesarias mínimas para embestir el subdesarrollo.

En la realización de sus programas de asistencia, la comunidad internacional no forjó las necesarias asociaciones sostenibles con la sociedad haitiana a todos los niveles. Ni tampoco la asistencia financiera dio fruto en la medida que se esperaba, ya sea, porque estuvo mal encauzada, porque no se tuvieron en cuenta las deficiencias de la capacidad local de absorción o porque nunca llegaron.

El caso de Haití no es un caso aislado. En los últimos años, el Consejo de Seguridad ha venido creando una avalancha de Misiones de Paz, sobre todo en Africa, basadas en los mismos parámetros, a veces sin ni siquiera tener en consideración las diferencias sustanciales entre los destinatarios de esas misiones.

En la Comisión Consultiva en Asuntos Administrativos y de Presupuesto de las Naciones Unidas dedicamos gran cantidad de tiempo y esfuerzos en estudios de estas misiones. Se les adjudican cientos de millones de dólares para sólo solucionar, en mi entender, los problemas inmediatos que estos países enfrentan. Como si se quisiera hacer arreglos cosméticos urgentes. Pero el deseo político de lograr una verdadera estabilidad en estos países nunca son plasmados entre los componentes de las misiones.

Mientras las Naciones Unidas, y entiéndase por ella los países que la componen, no la Secretaría que sólo tiene como funciones poner en práctica las decisiones de sus Estados Miembros, no dirija los mayores esfuerzos a la erradicación del analfabetismo, la insalubridad, la miseria y la injusticia, en otras palabras a sacar a estos pueblos menos favorecidos del hemisferio del profundo subdesarrollo en que se encuentran, se continuará creando Misiones de Paz (alrededor de unas 16 ya establecidas en los años recientes), maximizando una burocracia internacional, y sobre todo, abultando de beneficios a las compañías transnacionales que participan en ellas. Pero nunca se lograrán los objetivos anhelados por la comunidad internacional: la paz y justicia estables en esos países.

Por eso no podía estar más de acuerdo, en este caso específico, con el Senado de los Estados Unidos de América; no nos podemos dar el lujo de otro fracaso en Haití. Sobre todo nuestro pueblo que ha sido forzado muchas veces a sobrellevar una carga imposible de sostener sin menoscabar los esfuerzos dirigidos a nuestro propio desarrollo y el mantenimiento de una soberanía y cultura auténticas.

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