El señor de las moscas

El señor de las moscas

Iniciaré estas reflexiones preguntando si  será verdad que lo que nos diferencia de los animales no es la racionalidad sino más bien los sentimientos, pues siempre he escuchado que es el hombre un ser racional. Sin embargo, a pesar de serlo es un ser capaz de albergar los más bajos sentimientos, eso no cabe duda, en su lucha por enaltecerse en detrimento de los demás.

No preciso la edad que tendría cuando siendo aún una niña mi padre llegó a la casa  portando en sus manos un libro, y en atención a la edad de sus hijos fijó el orden en el que cada uno debíamos leerlo.

Se trataba de la novela “El  Señor de las moscas” escrita por el inglés  William Golding,  que invita a la reflexión sobre el comportamiento humano: la crueldad, el egoísmo, la envidia, la indiferencia, el afán de destrucción, plasmándose en ella una aventura cruel  y profunda sobre el hombre y su comportamiento, a partir del naufragio de unos niños.

Confieso que al leerla no comprendí con exactitud su alcance. Luego tuve la oportunidad de ver la película que de dicha obra se hizo, y a través del paso del tiempo y por mi experiencia de vida, lastimosamente he comprobado, que lo que nos quiso enseñar mi padre, de la mano de Golding, es que  muy a pesar de que existen reglas, tanto de índole legal como moral que harían posible la convivencia en sociedad y que persiguen la idea del bien común, no todos aceptan someterse a ellas, sobre todo cuando anteponen a eso los intereses más mezquinos: el egoísmo, el afán de poder, la crueldad.

El señor de las moscas viene a representar al belcebú bíblico y que tiene una traducción en hebreo equivalente a “señor de las moscas”,  o sea, un ser cuya descomposición lo ha podrido, lo que hace que las moscas se posen sobre él. Así de podrido está todo aquel a quien le molesta o ambiciona el talento ajeno y que se sirve del daño que le causa a los demás.

Decididamente la naturaleza humana es compleja, pero aún así no logro entender el por qué de muchos sentimientos humanos, hasta tal punto que he llegado a preguntarme si son manifestación de la natural inclinación al mal de la raza humana o bien son causadas por la estructura social en la que vive el hombre, que cada día está más acéfala de valores. Sea la una o la otra,  la lucha intrínseca del bien y del mal que hay en el género humano existe.

Tratemos de que el bien siempre triunfe sobre el mal. Enseñemos a nuestros hijos el cumplimiento de las reglas de índole moral y éticas. Inculquémosles el valor del respeto y el dolor hacia el sufrimiento ajeno; formémosles en base a unos parámetros de verdad, amor y bien, para que de esta manera ellos luzcan, en su crecimiento, las mejores de sus galas humanas y personales. Así, al llegar a hombres, no se verían inclinados al mal del señor de las moscas.

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