LUIS SCHEKER ORTIZ
Miguel Angel Asturias es el primer escritor guatemalteco en ganar el Premio Nóbel de Literatura. Uno de sus libros más notable lo es «El Señor Presidente», que tiene sus lejanas raíces en un cuento suyo cuyo nombre iba a ser «los Mendigos del Portal», un lugar miserable de su ciudad natal donde pordioseros y seres de la peor ralea, que perdieron toda fe en la vida, se disputan lo poco que de la vida le queda con una rapacidad, un encono y una crueldad desalmada. Asturias los describe en el primer capítulo de su celebrada novela, con una crudeza desgarradora: «Nunca se supo que se socorrieran entre ellos; avaro de sus desperdicios, como todo mendigo, preferían darlos a los perros, antes que a sus compañeros de infortunio».
La novela comienza a germinarse en 1922, durante sus largos años en Europa, donde le llega el tufo de la tiranía, y termina de escribirse en 1932, bajo el título «Tohil o Malebolge», afortunadamente rechazado por la casa editora, permaneciendo inédito hasta el año 1946, época en que la región del Centro y Sur América y del Caribe, infestada de dictaduras sangrientas, le daría singular soporte. El mismo Asturias, nacido en el año 1899, padece las crueldades del gobierno de Manuel Estrada Cabrera (1898-1920) de manera que su novela «El Señor Presidente» es parte de sus vivencias y de la vida de su pueblo bajo un régimen despótico que cierra sus garras en una sociedad desgraciada, poblada de hechos trágicos y angustiosos donde la muerte, en todas sus manifestaciones, se enseñorea y pauta la vida política de la nación, sembrándola de desesperanza.
Los personajes centrales son igualmente trágicos y miserables, desde el Señor Presidente, colocado por encima de la ley, que desprecia a su pueblo negando sus raíces, pasando por el favorito del régimen, personaje: «bello y malo como Satán», el sádico y corrupto Auditor de Guerra, los pervertidos agentes de la secreta que dan para todo, hasta la meretriz Da. Chon (Concepción, otrora amante del Sr. Presidente) dueña de un cabaret de mala muerte donde se trafica con la miseria de unos cuerpos prostituidos y marcados por el hambre, y no faltan los mendigos del Portal, uno de los cuales «Pelele» ofendido en la memoria de su madre muerta, mata con rabia a un represivo coronel del ejército, Portales Sonriente, lo que sirve para que el Sr. Presidente urda una trama política contra el prestigioso General Canales, a quien considera peligroso por sus ideas liberales, obligándolo al ostracismo luego de salirse de la trampa del favorito y salvar la vida, dejando inconcientemente, en las manos de este ser tortuoso, su tesoro más preciado: Camila, su hija, que enamorada muere de amor.
La pasión desmedida del Señor Presidente por el poder, es lo que lo arrastra y hace su vida perversa. Su inmenso poder, señor de horca y cuchillo, rodeado de alabarderos, de asesinos y oportunistas prestos a servirle, es lo que lo hace semejante a un dios caprichoso y cruel, un troglodita que no se cansa de corromper, de humillar, de abusar, de mentir; y en nunca pensar en el futuro; en que los pueblos se cansan, y llega el día, como el Pelele, en que redimen su derecho con furia devastadora. La Proclama de sus seguidores hace ver al Señor Presidente como imprescindible. Inmortal. Todopoderoso.
«CIUDADANOS: Pronunciar el nombre del Señor Presidente de la República , es alumbrar con la antorcha de la paz los sagrados intereses de la nación que bajo su sabio mando ha conquistado – y sigue conquistando – los inapreciables beneficios del Progreso, en todos los órdenes, y del Orden en todos los progresos. Como ciudadanos libres, consientes de la obligación que en que estamos de velar por nuestros destinos, que son los destinos de la Patria, y como hombres de bien, enemigos de la Anarquía ¡¡¡Proclamamos!!! Que la salud de la nación está en la reelección de nuestro mandatario y nada más que en su reelección. ¿Porqué aventurar la barca del Estado en lo que no conocemos, cuando a la cabeza de ella se encuentre el estadista más completo de nuestros tiempos, aquel al que la historia saludará Grande entre los Grandes…»
Esa Proclama pudo ser el comienzo del fin.