El sentido de las estadísticas

El sentido de las estadísticas

POR JOSÉ LUIS ALEMÁN, S.J.
Recuerdo la sorpresa que me invadió cuando después de luchar por entender métodos estadísticos leí sobre sus limitaciones en Economía y Sociedad de Max Weber. El no sólo insistía en la dificultad lógica de extraer conclusiones más allá de la constatación de hechos simultáneos o temporalmente diversos sin ceder a la atractivísima tentación causal sino en la necesidad en casos de comportamiento social de buscarles «sentido».

Buscar sentido a una acción humana relacionada con otras personas es ofrecer una respuesta a las preguntas de por qué y para qué las hizo. Nada más peligroso. Nada más satisfactorio que darle una explicación razonable, un sentido sólo verosímil. A quienes buscan una respuesta única y válida a esa pregunta parcialmente metafísica -que trasciende lo sensorialmente experimentable- hay que recordarles el aviso de Dante a los entrantes a su Infierno: «dejad toda esperanza».

He pensado algo sobre un hecho aparecido en la prensa que reportaba manifestaciones primero de orfandad y sucesivamente de alegría y más tarde de frustración de comunidades por prisión preventiva de personas investigadas sobre una mayúscula carga de drogas; hecho este que no es posible ocultar aunque no se diga aún a quiénes se destinaba ni deba presuponerse culpabilidad de nadie.

Esas expresiones emotivas no me extrañaron para nada tratándose de personas que sí beneficiaban a muchos pobres locales e instituciones partidistas y eclesiásticas. Las estadísticas confirman la alta frecuencia de ese comportamiento y el apoyo que provocan: Para los pobres el empleo es el bien de los bienes; para instituciones de promoción son las ayudas apreciables para el mejoramiento social, religioso o político. De sus dirigentes oí decir alguna vez, cuando alguien o mejor alguienes las aceptaban contra la expresa prohibición de recibirlas sin indagar su origen, que en todo caso los pobres merecían eso y mucho más. Devotos de Guillermo Tell toman sin más inquisición lo de otros para paliar la miseria. En Colombia Escobar, cabeza hace pocos años de todas las cabezas del narcotráfico, sentó cátedra de benefactor de barrios, pueblos y parroquias. Por supuesto fue llorado por quienes ayudó y recordado en silencio por quienes debían saber calibrar mejor los orígenes de su largueza.

Busco en cambio una explicación razonable para entender plausiblemente o sea para dar sentido humano a la conducta generosa de distribución parcial de la riqueza barbáricamente obtenidas por Escobar y afines dejando a Dios y a la Justicia la problemática de su legalidad. Busco sentido a esa generosidad.

1. EL SENTIDO SUPERFICIAL DEL CRIMEN Y LA BENEFICIENCIA

La explicación más extendida y muy verosímil aunque no totalmente satisfactoria atribuye  esa conducta a intereses palpables de compra de silencio. Nada une más que el pecado cometido o conocido especialmente si a él se une el temor de feroces castigos al delator. Existe además la urgencia de ser apreciados por aquellos entre quienes nacimos y quizás nos ignoren. Añadamos que la autoestima depende en realidad de la opinión que otros tengan de nosotros. El silencio y la autoestima darían sentido a la generosidad de quienes alcanzaron riqueza por vía socialmente repudiada.

Es fácilmente documentable la solidaridad entre personas que han enfrentado juntas situaciones de gran penuria o violencia. Los ejemplos clásicos lo ofrecen la juventud y los pobres. Para subrayar la constancia histórica de esta solidaridad aprovecho algunos ejemplos presentados por John Hale en su Historia de la Civilización de Europa en el Renacimiento.

Hale arranca de un texto legal inglés de 1563, años relativamente calmados en la historia inglesa, sobre la «licenciosa  libertad de la juventud». De los jóvenes afirma el documento que «hasta que un hombre entra en los veinticuatro años de edad vive salvajemente, sin buen juicio ni experiencia suficiente para gobernarse a sí mismo». Esta situación se explica en buena parte por la necesidad de los padres campesinos de enviar sus hijos a la ciudad para aprender oficios, para estudiar o para educarse con familias de más recursos. En muchos casos se empleaba tanto tiempo en aprender maneras y conocimientos como en divertirse con hombres jóvenes de rudas conductas que los introducen en la realidad de una vida urbana relativamente libre de presiones morales donde la falta de miedo y la temeridad expiden pasaporte de hombría. «Aunque hay, por supuesto, excepciones de muchachos estudiosos, tímidos y disciplinados, es razonable aceptar que la mayor parte de los varones al convertirse de niños en personas maduras pasaron por una etapa de violencia».

Un ejemplo extremo de esta violencia eran los ritos de iniciación de jóvenes marineros de la Liga Hanseática: los izaban amarrados los pies y cabeza abajo hasta el borde de la asfixia, los arrojaban de botes en la costa impidiéndoles hasta última hora trepar en ellos, los azotaban desnudos en el local del gremio y terminaban entonando un canto cómico sobre estas pruebas. A un oficio duro iniciación dura. Pero más dura, sin comparación, era la supervivencia en las barras y calles de los barrios.

La solidaridad en la violencia de los pobres se explica cuando se piensa en la concentración de riquezas en pocas manos, en el crecimiento de la población  marginada y en la falta de empleo y de esperanza de mejoría unida a resentimiento. El robo y el narcotráfico son frecuentemente soluciones grupales y no personales. En la violencia y el peligro se crean vínculos de solidaridad comparables con los nacidos de los ritos de iniciación descritos. Más aún: los primeros actos de robo y distribución de drogas son sus ritos de iniciación.

La conciencia de grupo de los pobres es palpable en la segunda parte de «Enrique VI» cuando Shakespeare pone en labios de Jack Code, cabeza de una revuelta campesina contra la Corona, la siguiente pregunta a un magistrado que lo juzga: «¿Es tu costumbre escribir tu nombre cuando firmas o estampas una cruz como hace toda persona sencilla?».

Si tomamos en serio la existencia de un vínculo solidario entre narcotráficos de primera generación y su barriada creo que daríamos un paso importante para comprender su beneficiencia y la simpatía hacia ellos de parte de los pobres. El interés importa, evidentemente. Pero en todo ser humano hay raíces profundas distintas del interés. La pura maldad, sin mezcla de bien alguno, es tan inexistente como la pura bondad. O somos buenos o somos malos, decía el Concilio de Trento, pero no sabemos qué somos.

Quedan en pie dos enigmas: ¿por qué son los narcos tan ostentosos en un estilo de vida que fácilmente los identifica como sospechosos de enriquecimiento ilícito? ¿Por qué alcanzada la opulencia siguen traficando o sea corrompiendo a pobres a quienes benefician?

2. LA CULTURA DOMINANTE, MATRIZ DEL COMPORTAMIENTO DE NARCOTRAFICANTES

Tengo la sospecha de que tras el insensato despliegue de poder y riqueza del narcotraficante y tras la continuidad de persistir en el negocio hay que identificar dos características de la cultura dominante: el consumismo y el espíritu (¿?) empresarial.

Duesenberry definió el consumismo como el afán de consumir más impuesto por el conocimiento de bienes demandados por un grupo de personas con mayores ingresos  que el de uno. Supone, por lo tanto, que hay formas diversas de satisfacer demandas de bienes y servicios, que en nuestra conducta nos dejamos conducir por preferencias sociales manifestadas por el consumo de grupos más ricos que nosotros y que nuestra posición social depende de nuestra habilidad de alcanzar esos bienes y no de nuestro nacimiento y ni siquiera de nuestra educación. Si la cuna y educación fuesen criterios de categoría sería casi imposible ascender socialmente. Pero el ascenso social es función del consumo asequible en virtud de la riqueza.

Toda persona «realiza comparaciones entre su propio nivel de vida y el de las personas relacionadas con ella y situadas en posiciones de categoría superior… Toda comparación desfavorable… provocará el impulso de comprar bienes que… eliminen el carácter negativo de esa comparación».

Vivimos en un país pequeño donde las mansiones de Arroyo Hondo colindan con las viviendas de La Yuca en Santo Domingo y con variaciones fonéticas en otras ciudades y hasta campos. Parte de sus caprichos consumistas, afortunadamente para los ricos no todos, son conocidos y admirados por pobres sin posibilidades de llegar honradamente a niveles altos de riqueza. Eso sí el que llega por otras vías como las del narcotráfico imitará sus extravagancias. El consumo de los ricos es al que estos aspiran. No basta poder vivir «bien» hay que vivir «muy bien» como el que mejor «viva» por cuna, educación y suerte.

Los muy ricos son responsables a través de la red sutil de la intercomunicación social de ese consumo y hasta de la pequeña parte del ingreso y de la riqueza que dedican a «caridades» para pronunciar en español sajonizado sus ayudas sociales.

Schumpeter anticipó en dos décadas el afán de consumismo pero aplicado esta vez a la actividad empresarial en el sentido no de administrar la riqueza previamente adquirida por herencia, robo o ahorro sino de introducir nuevas combinaciones de producción que le permitan ganancias aún inalcanzables para la competencia. El empresario, no el administrador, es el héroe del capitalismo como intuyó Marx. Seguirá siendo empresario solamente mientras que continúe invirtiendo sus ganancias de formas nuevas. Dejará de serlo cuando se dedique a disfrutar su fortuna.

Para ser empresario no es imprescindible ni siquiera la educación. Lo que se requiere es nariz para olfatear nuevas posibilidades y voluntad férrea para superar dificultades y resistencias especialmente de los ricos de cuna que simplemente manejan su capital o el portafolio de sus títulos sin crear directamente nada nuevo. El peligro de la bancarrota estrepitosa y la confianza en su capacidad creadora a pesar de obstáculos pasajeros los conduce a no contentarse con lo ya habido sino a continuar creando nuevos negocios, cada vez mayores y hasta más riesgosos. El empresario del narcotráfico es así de terco. Para él no hay retiro.

Decía Schumpeter, padre admirador del empresario, que el camino del éxito empresarial transcurre por senderos distintos de los prefijados. Ciertamente no tuvo en cuenta el caso de empresarios exitosos en el manejo ilegal de las variables institucionales de acceso a contratas y nuevas leyes que indemnicen sus esfuerzos. Menos aún de empresarios criminales. Temo, sin embargo, que en el fondo los hubiese a la vez admirado y condenado.

Concluyo diciendo que el sentido de la actividad del narcotraficante exitoso incluyendo su posible generosidad viene dado por algunos de los ideales de nuestra cultura dominante: en concreto el consumismo y la admiración al empresario innovador. Obviamente habría que añadir que en esos ideales se tiene en poco, o en menos, la tortuosidad moral de métodos para alcanzar riqueza. De eso no es aceptable hablar ni en pro ni en contra. Basta con decir que las metas fueron logradas. Con frecuencia el sentido de hechos y estadísticas es el sin sentido. 

Publicaciones Relacionadas

Más leídas