El sentido del arte y de la cultura popular para Chernishevski

El sentido del arte y de la cultura popular para Chernishevski

En la polémica de Aleksandr Druzhinin contra Chernishevski, en los años cincuenta del siglo XIX, este plantea que a los jóvenes hay que hacerles ver sus errores cuando aún se está a tiempo: “Si no nos oponemos a las nuevas generaciones, estas terminarán cometiendo errores mayúsculos; arruinarán la literatura, y con sus deseos de presentarse como maestros de la sociedad llevarán al Estado a iniciar persecuciones que acabarán privándonos de los espacios de que hoy disponemos y que hemos tenido que conquistar a sangre y fuego”.

León Tolstoi, por otro lado, amplía los argumentos esbozados por Druzhinin al parangonar a Chernishevski con Visarión Belinski -el gran crítico radical del decenio anterior- por la agresividad que demuestra, y subraya que en “la crítica, en la literatura y en la sociedad, se viene imponiendo un modo de expresarse que considera como excelente comportamiento, el manifestarse de manera indignada, violenta, provocadora y belicosa”. Al final, Druzhinin emigra a la revista, “Anales de la patria”, no sin antes expresar que los escritos de Chernishevski producen: “hedor y desazón semejante al de un cadáver insepulto”.

Chernishevski para afrontar estos ataques, cuenta con el apoyo de Nekrasov, director de la revista “Sovremennik”, que lo valora como persona honesta, hombre auténtico y recio teórico; y como prueba de su confianza, al emprender un largo viaje, le encomienda la dirección de la revista.

En esa ocasión, Turguéniev –quien también forma parte del comité editorial- observa que la revista ha caído en “las peores manos”, y de acuerdo con los otros colaboradores-socios reacciona y manifesta su disenso al reducir el envío de sus trabajos para publicar.

La reacción de Chernishevski queda registrada en una carta dirigida a Turguéniev, en que expresa su opinión sobre los pretendidos literatos “puros”: “…son como banderolas que se dirigen donde tira el viento. De esta gente la Sagrada Escritura dice que habría que salvarlos con el hierro. Entre nosotros, en este momento, sería necesario en el campo de la literatura, de una dictadura de hierro frente a la cual esas gentes tiemblen, como lo hacían, en los años cuarenta,  ante la palabra de Belinski”.

Para mejor comprender la situación, nos preguntamos: ¿Cuáles eran las ideas y la actitud de Chernishevski, que producen tanta polémica y oposición entre los escritores y críticos conservadores?

En primer lugar, hay que decir que el temperamento de Chernishevski no es el de un exquisito literato de la generación romántica, dotado de un estilo cándido y elegante. Por su carácter es un hombre que se expresa de una manera vívida, con las formas enérgicas del polemista dotado gran capacidad imaginativa. Su gran fortaleza es la autenticidad, que refleja en todos sus actos; su indignación feroz contra el oscurantismo, la hipocresía y lo banal, y la seguridad que lo sostiene de estar del lado de la verdad y de la justicia.

Condena la literatura ociosa, no en nombre de una supuesta legalidad estética, sino fundamentado en una actitud que considera que en Rusia es necesario escribir, en ese momento histórico, sobre la realidad de las cosas.

Para él, la literatura idealista, abstraída, debe ser rechazada y no debe ser estimulada ni aplaudida, pues responde a ensueños románticos, que nacen y se imponen, precisamente, en Rusia, como evasión de la realidad en que se vive, “porque somos demasiados miserables en la realidad”.

Chernishevski estima que hay que asumir la dura realidad en que se vive, y que es necesario “abandonar tantas fantasías inútiles y pasar a estudiar la historia para adquirir una concepción realista y práctica de la propia sociedad”.

En una ocasión, al hacer una recensión sobre unos poemas sobre temas populares aprovecha para volver a la polémica, abierta por Belinski un decenio antes, en torno a la “populomanía” y a la valoración del folclore.  Estima que este género de estudios y la valoración extrema de lo nacional, lo único que produce es “cerrazón en lo particular, provincialismo angosto”. Considera que el culto de la poesía popular indica estrechez de horizontes intelectuales, pues se juzga la realidad desde la espontaneidad, es decir, desde una poesía que se nutre de temas sumamente estrechos, mezquinos, limitados a resaltar los valores de una vida atrapada aún, en características tribales.

Por esto plantea, que semejante contenido “popular” lo que realmente produce es parálisis, y hace que un pueblo se encierre en el plano de una cultura inferior y poco desarrollada. Específicamente, Chernishevski piensa que “lo popular se desarrolla contemporáneamente a la general evolución humana, pero sólo la educación puede otorgar contenido propio y fuerza a la individualidad. Los bárbaros son todos semejantes entre ellos, mientras que las naciones cultas se distinguen entre sí por poseer cada una su propia personalidad muy bien perfilada. (…) Preocuparse por la propia originalidad ahoga la originalidad misma. Es, en verdad, autónomo sólo quien no piensa para nada en la posibilidad de no serlo… La preocupación corriente por la originalidad es una preocupación exterior, puramente formal, vacía.”

La característica determinante de lo que sería “la dictadura literaria”, que Chernishevski considera necesaria afirmar en Rusia, en los años cincuenta del siglo XIX, es un intento de desprovincializar la cultura rusa colocándola en el camino trazado por la Ilustración. Considera esta doctrina como una escuela para liberarse de las cadenas que impone la tradición, por medio del uso de la razón, de la crítica.

En su tesis de graduación, que presenta en mayo de 1855, y que titula, “Relación estética del arte con la realidad”, Chernishevski busca traducir la filosofía de Feuerbach a las cuestiones estéticas, esto es, intenta divulgar el pensamiento de su maestro y, al mismo tiempo, mostrar las relaciones del arte con respecto a la realidad histórica.

Para alcanzar este objetivo trata de aclarar las relaciones que intercorren entre el arte y la vida. Reconoce en el arte la presencia de una fuerza en grado de encausar y dirigir el desarrollo de la vida de un pueblo. No cuestiona el derecho a la existencia que tiene el arte, sino que resalta “la espléndida misión que tiene de reproducir, explicar, guiar y educar a la gente”.

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