Esta mañana veía en la televisión como debatían sobre el sentido que le buscamos a las cosas, y me llamó mucho la atención cómo entre ellos mismos trataban de buscarle el sentido a algo que quizás no había “sentido” que encontrarle. Pero es que así somos, es inevitable nuestra tendencia de pensar que a todo tenemos que encontrarle un sentido. Y a veces ni nos damos cuenta del valioso tiempo que perdemos tratando de entender las cosas, en vez de vivir ese momento.
Decía Fiedrich Nietzsche, un filósofo alemán del siglo XIX, que «El ser humano es un animal que se pregunta por las cosas, intentando buscar sentido a su vida como a las cosas mismas». Es común que vivamos situaciones donde creamos que es solo a nosotros a quienes nos ocurren las cosas, pero eso no es lo que sucede, nosotros sólo estamos allí, como una pieza más del tablero de juego. La realidad es que recogemos la información que nos muestran nuestros sentidos y la hacemos nuestra, interpretando internamente los acontecimientos y otorgándoles nuestro propio valor. Eso sí, sin lugar a dudas el “para qué” de lo que vivimos está relacionado con una situación por la que necesitábamos pasar, especialmente cuando dicha situación sea digna de mención, como un accidente, una caída, quemaduras, mordernos la lengua, cortarnos, golpearse o resbalarse. A todos nos ha pasado alguna de estas cosas en algún momento, pero rara vez sabemos leer entre líneas para descubrir cuál es la enseñanza que esconden, y sí nos cuestionamos el por qué a mi…
Esa sensación que esto provoca, debería venir asociada con la pregunta de “para qué”, y de ahí podría surgir el sentido de lo que hago o quiero. Es como si mi mente me estuviera ayudando a verlo todo desde otra perspectiva más amplia, más lógica y a la vez más “cuántica”, si se puede decir así.
Es en los momentos de cambio, sobre todo en los cambios no elegidos, cuando nos planteamos el sentido de nuestra vida, hacia dónde vamos y qué queremos. La vida es un continuo cambio y cuando pasa algo que nos descoloca perdemos un poco el rumbo, pero no podemos reaccionar al instante porque la ruta a seguir, el nuevo camino, no aparece de repente, sino que se va revelando a medida que caminamos. Y como dice Charles Darwin: “No es la especie más fuerte la que sobrevive, ni la más inteligente, sino la que mejor se adapta al cambio”.
No quiero dejar de señalar, que en realidad ese deseo de saber la necesidad de atribuir un sentido a las cosas y a la propia vida posee tres rasgos característicos:
a) Es en cierto sentido un «lujo de la naturaleza»: no sabemos que ningún otro animal lo haga como nosotros.
b) Es algo problemático, a menudo nos encontramos en una situación de angustia al no hallar respuestas que nos satisfagan o descubrir que las respuestas que tenemos son erróneas. No sabemos siquiera si existe una única y verdadera respuesta.
c) Es algo inevitable, el ser humano no puede dejar de pensar volviendo a una pura animalidad.
Encontré que decía Jean Paul Sartre, filósofo francés del siglo XX, que «estamos condenados a ser libres», así que podemos elegir una propuesta de sentido para nuestra vida y las cosas. Ya que nuestra elección puede consistir en delegar en una propuesta ajena, la que nos han trasmitido nuestros padres, la escuela, la sociedad, etc. o bien, construir nuestra propia propuesta: el sentido que nosotros le vamos a dar a nuestra vida y a las cosas.