CONNECTITUCT, Estados Unidos.- No es la primera vez que un mensaje del reverendo Ezequiel Molina causa revuelo en el país.
Todos los años él toca dos aspectos: el secular y el religioso. Es decir, da una palabra a la iglesia y otra a la sociedad. Históricamente en ambos terrenos ha sido fuerte. Y, como es natural, esto le ha merecido críticas tanto dentro como fuera de la fe.
Lo que nadie se atreve es decir que sus planteamientos no se corresponden con la verdad. En esta oportunidad, que ha tocado con crudeza el tema de la maldita corrupción, lo que se le reclama es la forma en que lo hizo: delante de líderes políticos y del Presidente de la República.
Pero la queja no es más que un mecanismo estratégico de defensa mediante la distracción y convirtiendo a responsables en víctimas.
Ante un país dañado hasta los tuéstanos, debió decirse más, y ahí debieron estar muchas más gentes para darse en el pecho. No creo que Dios estaría conforme con que su siervo rebaje la verdad a trueque de beneficios o complacencia humana.
Desde el Antiguo hasta el Nuevo Testamento las Escrituras muestran que a los profetas nunca les tembló el pulso para denunciar los males de su nación delante de sus reyes, jueces y gobernantes.
El autor a los Hebreos dice que por eso sufrieron vituperios, azotes, cadenas, prisiones y que fueron apedreados, aserrados, muertos a espada… (11:37).
A Herodes Jesús lo llamó zorro. Al sumo sacerdote Ananías el apóstol Pablo lo calificó como “pared blanqueada” (Hechos 23:3).
Como la normativa de la iglesia es la Palabra (y no lo que piense un simple mortal), estos son referentes bíblicos claros.
Es por eso que la iglesia nunca debe comprometerse.