El siglo de las tinieblas

El siglo de las tinieblas

A casi 50 años del asesinato de Trujillo es tiempo suficiente para que la República Dominicana hubiese dado un salto a la modernidad económica, la institucionalidad democrática, y a un Estado de garantías de derechos ciudadanos.

Pero no es así. El país sigue patinando en un lodazal de corrupción, nepotismo, ineficiencia y pánico al cambio democrático, que mantiene la sociedad sumida en el atraso a pesar de la estabilidad macro-económica.

Llenaría de satisfacción que los políticos gobernaran con una visión profunda de la democracia, que defendieran los derechos de toda la ciudadanía, y que tuviesen la valentía para impulsar políticas públicas que condujeran a la equidad social.

Pero no es así. Esos son sueños aturdidos por tantas decepciones. En cada coyuntura, ante cada crisis, en cada oportunidad, la sociedad dominicana ha sido incapaz de dar un salto al desarrollo inclusivo, a la democracia real, a una época de más luces y menos tiniebla.

Ya avanzando el siglo 21, el país sigue girando en el carrusel de la pobreza económica e intelectual, con una corrupción gubernamental y privada rampante, una desigualdad inmensa en el acceso a la riqueza, y ahora, la rápida proliferación del narcotráfico con su secuela de violencia.

Si no fuera por los miles de dominicanos que han emigrado y envían remesas a sus familiares, la población estaría sumida en más pobreza.

El Siglo de las Luces se conoció en la Europa de la Ilustración por impulsar una idea fácil de enunciar y difícil de impulsar: con la razón humana es posible combatir la ignorancia y la tiranía para alcanzar el progreso.

En la República Dominicana no hay actualmente una tiranía militar como fue el caso en gran parte del siglo 20, pero continúa afianzándose la ignorancia, la exclusión social, y la miopía del liderazgo político.

Se agiganta el Estado corrupto y clientelar que contamina el cuerpo social y produce un modelo injusto de distribución de recursos que no conducirá jamás al desarrollo, no importa cuántos edificios, elevados, túneles, o Metros se construyan.

La debilidad del pensamiento liberal ha sido una constante en la historia dominicana, y penosamente sigue dominando el escenario político del siglo 21.

Así se demostró claramente en el cacareado proceso de reforma constitucional de 2009, que impulsó el presidente Leonel Fernández para asegurar sus postulaciones futuras, y terminó apoyando acríticamente el PRD.

Siempre se aduce alguna razón insustancial para evadir el salto a la modernidad que traiga progreso y garantía real de derechos.

Ante el atraso, la salida es siempre la misma: más caudillismo. Alguien se erige en líder imprescindible y el pueblo se aferra al auto-designado.

Los políticos compiten furiosamente por el poder, y para quedarse, cambian la Constitución cuántas veces sea necesario. En esta década lo han hecho dos veces, en 2002 y 2009.

Con pocas opciones laborales, muchas personas de capas medias o empobrecidas se aferran a la idea de que un empleo público les traerá bienestar, y los políticos se regocijan con tener un pueblo cautivo por tanta necesidad.

La búsqueda de beneficios individuales aumenta y la inversión en educación se estanca. El promedio de escolaridad dominicano es uno de los más bajos en América Latina, y ahora la República Dominicana se unió al club de los países donde prolifera el narcotráfico y la narcoviolencia.

Una masa de jóvenes encuentra en la economía de la ilegalidad su sustento, y por eso ingresan a un trabajo peligroso que les garantiza mayores ingresos: el micro-tráfico de droga.

No es halagüeño el presente dominicano, y no pinta halagüeño el futuro, por más que las autoridades lo disfracen con proclamaciones de progreso.

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