El silencio culpable de los dominicanos ante el drama sirio-libanés-palestino

El silencio culpable de los dominicanos ante el drama sirio-libanés-palestino

La caída de Alepo en manos de las tropas sirias de Assad, de la aviación ruso-iraní y la pinza turca que apoya a los insurrectos por temor a una expansión del dominio kurdo, lejos de marcar el fin de aquella inmensa tragedia humana que lleva cinco años desarrollándose en Siria, constituye la ratificación de las hondas fragmentaciones de otra sociedad víctima de los intereses geopolíticos circundantes y de las apetencias imperiales de los que desde muy lejos pretenden dominarlo todo.
Cualquier parecido al sacrificio de la II República Española como prolegómeno de una Guerra Mundial deja de ser coincidencia, y la masiva emigración de millones de personas hacia destinos ignotos es la comparsa trágica de un cuadro semejante.
En aquella oportunidad, el despotismo trujillista supo, primero, acoger miles de republicanos españoles en tierra dominicana; de la misma manera, sorprendió al mundo cuando, en la Conferencia de Evián, destinada a conocer el drama de la persecución masiva de judíos en los dominios expansivos del nacismo, fue el único país del mundo que se ofreció para recibirlos en su territorio.
Sí, hubo entonces interés político en el régimen trujillista de sacudirse el estigma de la matanza haitiana de 1937. Además, puede afirmarse que hubo en esas actitudes interés pecuniario del dueño del país, y de sus diplomáticos en Europa para hacerse de un dinero, pero cuando se lee a Patrick Mondiano, el Premio Nobel de Literatura del año 2014 por los méritos, más temáticos que literarios, de haber acogido en su escritura el tema, una y otra vez, de los judíos en el París ocupado, y de repente se dice: “la familia tal compró unos pasaportes dominicanos”, o “fulano pagó al cónsul dominicano por una visa:, es necesario dejar de lado que uno de esos miserables se jugó una fortuna en los casinos de La Habana, donde hizo de embajador luego de ese lucro repugnante, o de que la Señora Muller, la misma del Compuesto Vegetal, no fue recibida ni reconocida cuando vino desde Barcelona a buscar las joyas que había entregado a la consorte consular dominicana para salvarlas del cerco asfixiante a la República que amenazaba con dejarla sin vida y sin bienes.
Hoy, cientos de miles, millones de sirios deambulan camino a Europa y hacia cualquier parte, y solo dos de ellos, un matrimonio de científicos, han logrado visas dominicanas en el consulado de El Cairo, y los dos, en desconocimiento de la autoridad que les otorgó el permiso para entrar, han rebotado en el muro de la autoridad migratoria local en sendos intentos de obtener el refugio que miles de sus antepasados lograron en los finales del siglo XIX e inicios del XX, con pasaportes turcos, sin que nadie haya visto alguna vez mendigar un sirio, o libanés, o palestino de aquellos, sino que más bien ha visto cómo sus hijos y los hijos de sus hijos se han integrado a las familias dominicanas más exitosas en el comercio y en la ciencia, en la política o en el sistema educativo, en la diplomacia o en las artes, siendo fuentes creadoras de riquezas por su entrega al trabajo y por el rigor en la administración de sus economías, expandidas con tantos sacrificios, desvelos, ilusiones y certezas.
Una política migratoria establece metas de emigraciones y destinos, orienta al que desea salir, y, sin sentencias envenenadas por la política, define lo que se desea integrar a la vida nacional.
No tiene sentido, ni migratorio ni humano, perseguir a unos maestros metidos a malabaristas de semáforos, malabaristas que buscan en Santo Domingo la acogida que nos dio Caracas en su tiempo a los que allí acampamos mientras la oligarquía local y los norteamericanos se deshacían del Trujillo que ya no les servía para nada.
Una política migratoria hubiese ya bajado línea a todos los consulados y embajadas, a todos los funcionarios acreditados en el exterior para la cacería metódica de maestros capaces de llenar las miles de aulas y la duplicación de los horarios de enseñanza que son corolarios obligados en el gasto de un 4 por ciento del PIB en educación, satisfecha como parece la meta del hormigón armado, de la contratación por rifas y de la compra de solares bajo régimen de urgencias.

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