El silencio, imperdonable cuando la integridad es atacada por la infamia

El silencio, imperdonable cuando la integridad es atacada por la infamia

La infamia siempre tiene efectos deletéreos por su propia naturaleza maligna, ya que su objetivo esencial y único es descalificar y tratar de destruir reputaciones, para lo cual sus perversos promotores se valen de una artera articulación de falsedades, insinuaciones maliciosas y datos manipulados.
Bajo el influjo de calumnia, calumnia, que algo queda, es innegable que aún aquellos que tienen sus conciencias tranquilas por una trayectoria digna y diáfana, no están del todo exentos de los trastornos emocionales de la maledicencia urdida por mentes perturbadas.
Este preámbulo viene a propósito del daño moral que ha pretendido infligirse al periodista, amigo y colega Nelson Marrero, quien se ha mantenido sereno e imperturbable por la sólida pasta de su integridad profesional y personal, a pesar de la inclusión de su nombre en una lista falsa y de oscuros objetivos que ha circulado por las redes sociales.
Conozco a Marrero, no solo al periodista serio y capaz que admiro, sino al ser humano que he tratado muy de cerca junto a su familia, de la cual me considero y me consideran parte integral; basta ver el cariño y la cercanía con que me tratan su esposa Sonia y su hija Cristina, a quien siempre he llamado mi sobrina. Por eso estoy seguro que si lo hubiera contactado previamente habría tratado de convencerse de que no saliera en su defensa escribiendo este artículo.
¿Por qué yo presumo tal actitud de parte suya en la referida circunstancia?, porque Marrero es tan dueño de sí y de su comportamiento a lo largo de su carrera que no requiere asistencia alguna; es tan diáfano y auténtico que se sostiene sin auxilio y desmiente por cuenta propia y sin esfuerzo cualquier deliberada inferencia. Pero le pido excusas y lo siento por él y el bajo perfil en que se ha cobijado, y en el que se siente cómodo como proyección de su consustancial sencillez. Aunque me lo propusiera, no podía permanecer callado e indiferente ante el oprobio de una maldad gratuita.
Marrero y yo coincidimos cubriendo para medios diferentes, las incidencias de un viaje que hizo en 1995 a Estados Unidos el entonces vicepresidente Jacinto Peynado. Para esa cobertura estuvimos alojados en un hotel en el entorno del aeropuerto La Guardia, en Nueva York, y desde allí enviábamos las informaciones a través de un sistema tecnológico incipiente, en vista de que los reportes se despachaban desde una rudimentaria laptop usando como vía una llamada telefónica porque el Internet aún estaba en fases preliminares de aplicación comercial.
Recuerdo que nos juntábamos en las horas de comida y ponderábamos posibles enfoques y ángulos en base a las actividades, declaraciones y exposiciones en que había participado Peynado en la Asamblea de la ONU, pero al final del ejercicio cada quien hacía su respectivo reporte de forma independiente y conforme a su mejor criterio y jerarquización periodística.
A ambos nos guiaba el deseo común y profesional de encontrar siempre un aspecto realmente noticioso dentro de los elementos recopilados y en esa tarea actuábamos con entera libertad, sin interferencia o intervención ajena a nosotros. Hay que resaltar el respeto profesional con que éramos tratados y que tampoco fue casual, ya que en todo momento nos manteníamos en nuestro rol, no traspasando ni confundiendo la distancia y la prudencia, a pesar de la apertura y receptividad franca con que nos trataban Peynado y sus acompañantes, entre los que se destacaba el coordinador de prensa German Pérez, periodista agudo y de fino tacto para manejar situaciones con la debida delicadeza. Este tipo de interacción y comportamiento responsable y ético sólo es posible cuando se aprecian y observan valores.
En un reciente y cálido encuentro en Samaná, Marrero y yo repasamos algunos momentos compartidos en ese y otros escenarios. Me deleité escuchando una vez más su visión y experiencia inteligente y eficaz en el manejo gerencial dentro de la redacción de un diario. Se trata, no hay duda, de un periodista de conciencia, pensamiento y tranquilidad inconmovible, una fortaleza admirable que le permitió salir indemne de este fangal en que quisieron sumirlo con la más abyecta intriga, prueba en la que ha contado con la solidaridad y el aprecio renovado de los amigos que saben de sus principios y méritos bien ganados.

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