El síndrome de alcoholismo fetal

El síndrome de alcoholismo fetal

Dentro de las múltiples condiciones médicas que la ingesta de bebidas alcohólicas pueden causar (se dice que más de 300 enfermedades directa o indirectamente) está una de la que se escribe muy poco y es el síndrome de alcoholismo fetal.

Este condición se define como un tipo específico e identificable de anomalía congénita en recién nacidos de madres alcohólicas. Esta anomalía se diagnostica ante la presencia de antecedentes de alcoholismo materno durante la gestación asociada con los siguientes síntomas:

a)Retraso del crecimiento pre o posnatal (talla y peso por debajo del percentil 10 para la edad neonatal o gestacional.

b)Cualquier anomalía neurológica, retraso del desarrollo o deficiencia intelectual (convulsiones, deficiencias de atención o intelectuales, hiperactividad, incapacidad de aprendizaje).

c)Anomalías craneofaciales específicas (microcefalia, hendiduras palpebrales cortas, hipoplasia mediofacial, philtrum leve o largo, y labio superior delgado).

Las características faciales asociadas con este síndrome son a veces difíciles de reconocer. Del mismo modo, la disfunción del sistema nervioso central, como retraso mental, puede no identificarse hasta varios años después del nacimiento. Las deformidades faciales pueden desaparecer, pero los adolescentes y adultos con síndrome de alcoholismo fetal continúan presentando un patrón reconocible de cociente intelectual (CI) bajo (especialmente en matemáticas), deficiencias de atención y problemas de abstracción que con frecuencia contribuyen a un trastorno importante del comportamiento.

En el período de la escolaridad, los criterios diagnósticos son los trastornos de la concentración, el retraso mental y formas bizarras de comportamiento. Sobre la base de observaciones realizadas a lo largo de hasta diez años, se siguió el ulterior desarrollo hasta la adolescencia, de 123 niños afectados y se concluyó que muchas de las malformaciones del esqueleto y de los órganos y muchas dismorfias craneofaciales habían mejorado durante el período del estudio. En la mayoría de estos niños, el síndrome alcohólico fetal, resultó pues, menos acentuado en el momento del examen final que en el de las comprobaciones iniciales.

A pesar de esta involución, una gran parte de los niños dañados por el alcohol seguían siendo aún identificables al fin de la infancia. Estigmas faciales como el pequeño limbo del labio superior y la fisura estrecha de los párpados persistían aún con frecuencia hasta la adolescencia.

También el menor desarrollo y la microcefalia mostraban una fuerte tendencia a persistir, aunque todos los niños recuperaron terreno en lo que se refiere a la altura y al peso corporal.

La prevalencia de problemas psiquiátricos como la hiperquinesia, los trastornos del sueño, los automatismos y las alteraciones de la atención y la capacidad de relación llegaba al 63%, tendía a persistir a través de los años. La situación escolar de la mayor parte de los niños se mantenía estable en sentido negativo, o empeoraba, una vez ingresados a alguna escuela especial, ya no salían, y de 29 niños que en el preescolar o en la escuela primaria eran normales, después de diez años solamente 13 estaban en situación escolar normal.

En algunos países, este síndrome puede constituir la causa principal de retraso mental, superando al síndrome de Down y a la espina bífida. Además, este trastorno es la segunda entidad más frecuente asociada con la agenesia del cuerpo calloso, una rara anomalía congénita presente en el 2.3% de las personas con alteraciones del desarrollo, una incidencia 10 a 20 veces superior a la de la población general.

 El síndrome alcohólico fetal representa el estadío final grave de una serie de discapacidades producidas por un consumo materno de alcohol durante el embarazo, superior a 80g al día (aproximadamente de seis a ocho bebidas alcohólicas). No todos los fetos expuestos al alcohol desarrollan este síndrome, aunque pueden observarse signos leves en los hijos de “bebedoras sociales”. Existen algunos resultados que indican que incluso las “borracheras” aisladas pueden ser perjudiciales. Los niños con un CI dentro de la normalidad también pueden manifestar deficiencias en las actividades cognitivas y en el desarrollo del lenguaje.

Igualmente este trastorno puede asociarse con una mayor frecuencia de cardiopatías congénitas: del 26% al 50% de los pacientes padecen soplos o comunicación interauricular, y del 1% al 25% comunicación interventricular, anomalías de los grandes vasos y tetralogía de Fallot.

Especialmente tenaz resultó la microcefalia. Todavía después de diez años, este daño debido a la exposición intrauterina del alcohol era detectable en un 65% de los niños. Sin embargo, ni lo marcado de la microcefalia, ni la magnitud de los estigmas visibles guardaba relación con la deficiencia psíquica existente.

Muchos niños con trastornos psíquicos severos, por ejemplo, presentaron un síndrome alcohólico fetal nada mas que leve. No es posible por lo tanto formular pronósticos respecto de las capacidades psíquicas a partir del grado de dismorfia “exterior”. A diferencia del retroceso de las malformaciones, los defectos mentales y las alteraciones emocionales son estables. El retardo general se fue convirtiendo en la mayoría de los niños en una inteligencia subnormal, menos de un tercio de los escolares tenían valores normales del coeficiente mental.

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Fuente de Educación Infantil.com

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