El síndrome de eco

El síndrome de eco

CARMEN IMBERT BRUGAL
Mientras Zeus daba riendas sueltas a su concupiscencia, Eco  entretenía a  Hera, la esposa, con su palabrería. La pérfida locuacidad de Eco fue castigada por la consorte traicionada. No la condenó al silencio sino a repetir las últimas sílabas que los demás pronunciaban. Fue una sanción irresistible, desesperante. La ninfa atormentada optó por refugiarse en las cuevas lóbregas. Cuando el hermoso Narciso la enloqueció con sus encantos estaba imposibilitada para demostrarle su amor. Sólo podía repetir…

Entre proferir sandeces y callar hay un intersticio tenue pautado por la expresión monocorde y rentable de la realidad. Confundir libertad de expresión con reiteración de ideas es riesgoso. La libertad de expresión implica diversidad, confrontación, disidencia. Opiniones similares, con  leves matices para confundir a personas incautas, sirven para construir un corral con aldabas pesadas plagado de mugidos átonos. Es el síndrome de Eco.

El derecho a la cháchara está garantizado. El corpus legal dominicano lo consigna y los tratados internacionales también. Cualquier ciudadano puede emitir su pensamiento sin sujeción a censura previa. El peligro de convertirnos en una sociedad dicharachera es preferible, para algunos, a la mordaza atemorizante construida con moralina, buenas costumbres y extorsión.

¿Pierde valor la palabra cuando se usa en demasía? Muchos dirán que no. Rotundamente no. Otros se suscribirán al buen uso de la misma. En la alternativa está el dilema. ¿Quién determina el  uso de la palabra? ¿Cuál es el rasero para medir la extensión de un derecho que define a las sociedades democráticas. ¿A cuál moral se acoge el buen decir? ¿A la del censor ocasional o a la pautada por la legislación nacional e internacional? 

Hoy, más que antes, la verbosidad inservible se justifica apelando a la libertad de expresión. El límite es difuso. La dignidad de las personas y el orden público deben preservarse. Los tribunales, cuando procede, tienen que resolver el conflicto. Repetir no es opinar. Lejos  de ser un homenaje a la libre expresión del pensamiento la pervierte y distorsiona. La aceptación de una cantilena  poco inocente, atenta contra el derecho a la opinión en un país donde existe, como otras tantas joyas legales inútiles, una ley novísima que prevé el libre acceso a la información pública y la Constitución ha mantenido incólume la prohibición a la censura previa.

 Después de un silencio de tres décadas la nación aprendió, a pesar de las víctimas, cuánto vale ejercer el derecho a expresarse. La valoración no incluye, se presume, reivindicar, asumir y difundir, como válido y veraz, un solo discurso.

Sin espacio para la réplica no puede existir una sociedad plural y respetuosa. Optar por silenciar o denostar a quien difiera es abusivo, malsano e ilegal. 

Más que pretender el control de la vulgaridad, proferida a través de los medios de comunicación, apremia vencer el síndrome de Eco. Sus consecuencias son perniciosas y muy onerosas.

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