El síndrome de Zelaya

El síndrome de Zelaya

He pensado más de la cuenta en Manuel Zelaya, el depuesto Presidente de la hermana República de Honduras. A causa de las cavilaciones sobrevino a mi mente un cuadro de complejas reacciones emocionales que hacen posible las alteraciones del orden institucional. Espero que algún reputado psicólogo le encasquete denominación definitiva a lo que estoy llamando “síndrome de Zelaya”. Entre tanto, permítanme identificar síntomas determinables en virtud de las reacciones conductuales de quienes sufren la patológica condición.

Para cumplir a cabalidad con el análisis, elegiré a uno de ustedes en sustitución del mandatario hondureño. Aunque Zelaya ha venido a nosotros en horas recientes, no por eso se facilita un estudio personalizado del mandatario. Me es más fácil trabajar con uno de los lectores. De manera que elijo entre los lectores a uno que hará el papel de Zelaya. Usted se juramenta tras ser electo, fruto del soporte que le brindan grupos de poder hondureño. De pronto, justo cuando le faltan pocos meses para concluir el mandato, a usted le da la calambrina.

Aunque la democracia es a Honduras lo que un cervatillo es a un oso, usted olvida que anda sobre ascuas. ¿Resultado? Aquellas bases del poder económico, político y social que lo hicieron ascender, le pinchan la vejiga. Mientras desciende vertiginosamente se trata de evitar un descalabro mayúsculo. Se intentan conversaciones destinadas a conseguir que la democracia hondureña se lave la cara. ¿Qué hace usted? Rechaza una reunión directa con alguno de sus adversarios y refiriéndose a su probable interlocutor señala que debe ser encarcelado por criminal.

Van dos, cuéntenlas. Una, la de intentar sacarle la alfombra de debajo de los pies a quienes lo sustentaron. La otra, en medio de la crisis ataca con soberbia a quien ocupa la magistratura de la cual fue desplazado. Hay un errático yerro que al unirse a la segunda de sus faltas, genera inquietudes aún entre sus defensores. Es la de amenazar con un retorno triunfal y quedarse en el aire haciendo pataletas. Grave yerro. El retorno se proclama cuando todos los cabos fueron atados. Y cuando una fórmula diplomática surgida de sabias, persistentes y prometedoras conversaciones, lo tienen en la escalerilla del avión.

Mucho me temo que el síndrome de Zelaya corresponda a una enfermedad procurada. Buscada por cansancio o por hastío de quien sufre del síndrome. O por inocente bravuconada inspirada en ejemplo de algún carismático aunque lunático vecino del continente.

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