El síndrome del hombre providencial

El síndrome del hombre providencial

ANTONIO DÍAZ TORTAJADA
En nuestra era globalizada, se supone que vastas fuerzas impersonales determinan los acontecimientos. Los mercados globalizados, el comercio sin trabas, el islamismo militante… Estas son las cosas que los historiadores y estrategas suelen presentar como las fuerzas más importantes que están dando forma a nuestro destino. Sin embargo, la mayoría de la gente no ve las cosas así.

Muchos creen que por pura fuerza de convicción y personalidad estas figuras pueden traer una luz de esperanza a un universo que, de lo contrario, sería distante e impersonal.

Esta ansia de hombres providenciales en nuestra época global es el resultado de al menos tres factores. El primero tiene relación con la complejidad y vulnerabilidad de nuestro mundo. El segundo, paradójicamente, refleja nuestro creciente cinismo con respecto a la política y los políticos. Y el tercero es el resultado de nuestra cultura mediática, obsesionada con poner un “rostro” a los acontecimientos.

Con el mundo convirtiéndose en un escenario global, es esencial el papel de los medios en impulsar el apetito de líderes providenciales. El público exige respuestas rápidas a problemas complejos que, si no se resuelven, pueden poner el planeta en peligro. Necesita figuras con quienes poder identificarse, que sean fácilmente reconocibles y, sobre todo, inspiren confianza. El surgimiento de una embrionaria “sociedad civil mundial” aumenta la demanda de figuras universales y carismáticas, que den sustento a la esperanza de una capacidad de respuesta a nivel global pero además tengan ciertos tonos populistas.

En un mundo que busca líderes providenciales, el caso de Ariel Sharon es al mismo tiempo simbólico y paradójico, ya que este hombre universal sigue siendo una de las figuras más controversiales de las últimas décadas. Se ha vuelto una personalidad casi venerada en su país, y una gran cantidad de personas en Occidente cree que su muerte política representa un golpe fatal a cualquier esperanza de avances en la región, a pesar del hecho de que sigue siendo odiado en el mundo árabe y musulmán.

Su transformación de villano a héroe en el lapsus de unos pocos años es motivo de fascinación para su pueblo, la región y el mundo entero, especialmente porque sus intenciones últimas se convertirán en objeto de interminables debates entre los historiadores del mañana y los políticos que hoy se presentan como sus fieles herederos.

El hecho de que el infarto cerebral de Sharon se pueda comparar, en términos de consecuencias políticas, con el asesinato de Yitzak Rabin, demuestra que su personalidad se había terminado relacionando con la esperanza y la seguridad.

No todos los períodos excepcionales crean sus “bonapartes”, y probablemente eso sea bueno, ya que los líderes excepcionales pueden dar la ilusión de que todos los problemas tienen solución, lo que está lejos de ser verdad. El curso natural de la historia, en el sentido más optimista de la expresión, es un progreso “por el margen”, pero el rápido ritmo del cambio tecnológico nos está llevando a esperar un avance igual de veloz en las sociedades humanas. Muchos creen que esta apuesta imposible puede ser cumplida sólo por un hombre providencial, con todas las esperanzas (y peligros) que eso implica.

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