El empecinamiento del Proyecto Presidencial Hipólito (PPH) en reelegir al presidente Hipólito Mejía me trae a la memoria un cuento escrito por Gabriel García Márquez. En esa obra se visualizaba a una persona saltando al vacío desde la azotea del alto edificio donde residía. La vida se le había hecho insoportable y borrado totalmente su visión del futuro. Mientras caía, pasaba por delante de las ventanas de cada piso. Pudo apreciar en milésimas de segundos los problemas de sus vecinos. Descubría sorprendido que en realidad no sabía lo que ocurría en los apartamentos contiguos. Hasta entonces suponía a los demás como familias felices y que el único desafortunado era él. Craso error.
El incremento progresivo de la fuerza de la gravedad era más lento que sus reflexiones mentales. Las cosas no eran como se las había imaginado antes de arrojarse. Por desesperación iba a entregar la vida de forma gratuita, pero cada escena que veía en los apartamentos contiguos le permitía descubrir cuán afortunado era. A razón de 9.81 metros por segundo cada segundo aceleraba su acercamiento al otro mundo. Fue instantes antes de estrellarse contra el pavimento, sólo entonces, cuando se dio cuenta de que la vida valía la pena de ser vivida. Pero ya era tarde. El impacto concluyó con su reflexión.
El proyecto reeleccionista es un acto de auto destrucción que arrastra consigo a una importante comunidad política concentrada hasta hace poco en el Partido Revolucionario Dominicano. Insistir en el intento de reelección a pesar de las evidencias concretas de rechazo mostradas por la población, refleja una pérdida del control sobre la situación vital y sobre las emociones. No es solo la ambición desmedida por las riquezas que les ha proporcionado el erario lo que los mueve. Es que el aislamiento social ha hecho que la visión del mundo circundante se estreche hasta el punto de que la realidad se ve distorsionada totalmente. Decir que la economía de este país ha mejorado y que se ha hecho un trabajo más eficiente que en anteriores gobiernos refleja una escasez de sanidad mental. En ese mundo de falsas ilusiones no alcanzan a ver, ni por asomo, dónde está la estupidez y dónde la cordura.
Algo que le ha hecho mucha falta al PRD ha sido una relación detallada de su historia. Esa hubiera sido la referencia para saber cuáles caminos han sido recorridos y los resultados obtenidos en el tránsito por cada uno de ellos. Si observamos detenidamente el avispero en que se ha convertido el Partido Revolucionario Dominicano en virtud de los afanes reeleccionistas nos daremos cuenta que cada perredeísta tiene una imagen diferente del PRD. Como un pedazo de masilla cada miembro modela ese partido de acuerdo con sus ambiciones y sus preferencias. Esto ocurre porque ningún perredeísta de la época posterior a la salida de Juan Bosch de esa organización en 1973 se ha atrevido a ser cronista y a reunir de forma veraz, en blanco y negro, cada acontecimiento de importancia que allí ha ocurrido. O lo que es lo mismo decir: el PRD no tiene historia oficial sino que ha caído en boca de los contadores de anécdotas, de los mentirosos y de los oportunistas. Por lo tanto, está siendo víctima de la imaginación malintencionada de algunos y de la mala memoria de otros.
Desgraciadamente el PRD nunca ha defendido una ideología. Sus únicos líderes históricos, Juan Bosch y Peña Gómez, ya no están ni siquiera en el recuerdo de los dirigentes. La trascendencia de los hechos ha degenerado desde el orgullo de haber sido los primeros en llegar al país luego del ajusticiamiento de Trujillo hasta la aceptación formal de la corrupción como un estilo para manejar los fondos públicos y privados. De ahí que tengamos que concluir que los reeleccionistas se están comportando como el suicida del cuento que, agobiado por las frustraciones, decidió quitarse la vida. Hasta el momento en que inútilmente manoteaba en el vacío no había sido capaz de percibir cuál era la realidad concreta ni la medida del rechazo popular. Sólo cuando se convenzan el 16 de mayo de cuál es la verdad, ya será tarde. Y los obstinados y ambiciosos que tratan de enfrentarse a la historia sentirán la vergüenza más grande que nunca imaginaron cuando, como buenos suicidas, acaben con ellos mismos y con la organización que tanto trabajo costó crear y consolidar.