El socialismo teocrático de Moisés

El socialismo teocrático de Moisés

Moisés construye una sociedad en la que el interés general prima sobre el interés particular, y todas sus instituciones conducen al bien común.

 Lo primero que hizo es una distribución equitativa de la tierra: “Y heredaréis la tierra por sorteo por vuestras familias; a los muchos daréis mucho por herencia, y a los pocos daréis menos por herencia; donde le cayere la suerte, allí la tendrá cada uno; por las tribus de vuestros padres heredaréis” (Nm. 33.54). El sistema de reparto impuso tres condiciones: 1) sorteo, para que nadie adujera privilegio en la asignación de las mejores tierras; 2) proporcionalidad, de modo que las familias más numerosas recibieran más tierras, y las menos numerosas, recibieran menos, y, 3) repartición por familias en lugar de individual, lo cual garantiza más justicia en la  distribución.

Aparte de esta equitativa ‘reforma agraria’, en cada cosecha se hacía previsión “para el pobre y el extranjero”: “Cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu tierra segada. Y no rebuscarás en tu viña, ni recogerás el fruto caído de tu viña; para el pobre y para el extranjero lo dejarás. Yo Jehová vuestro Dios” (Lev. 19.10). Dios tiene preocupación por el “pobre” y por el “extranjero”, y para favorecerlos prescribió una cosecha no exhaustiva, sino dejando una parte, de modo que las personas sin posibilidad de sostenimiento, se pudieran favorecer.

Para preservar el equilibrio social Moisés prescribió dos instituciones, la primera es el ‘año sabático’: “Seis años sembrarás tu tierra, y recogerás su cosecha; mas el séptimo año la dejarás libre, para que coman los pobres de tu pueblo; y de lo que quedare comerán las bestias del campo; así harás con tu viña y con tu olivar” (Ex. 23.10-11; Lev. 25.3-7). Durante el séptimo año la cosecha no era solo para sus dueños sino también “para que coman los pobres de tu pueblo”, incluyendo las bestias. La otra institución es el jubileo: “Y contarás siete semanas de años, siete veces siete años, de modo que los días de las siete semanas de años vendrán a serte cuarenta y nueve años. Entonces harás tocar fuertemente la trompeta en el mes séptimo a los diez días del mes… Y santificareis el año cincuenta, y pregonaréis libertad en la tierra a todos sus moradores; este año os será de jubileo, y volveréis cada uno a vuestra posesión, y cada cual volverá a su familia” (Lev. 25.8-10). En otras palabras, cada 50 años las cosas volvían a su posición original, y solo se podía vender o comprar dentro de ese margen de tiempo. El propósito es el equilibro social: primero, distribución equitativa, y luego, año sabático y jubileo para corregir los desequilibrios.

 Moisés no permitió la propiedad absoluta de la tierra, y este fue su argumento: “La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es, pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo. Por tanto, en toda la tierra de vuestra posesión otorgaréis rescate a la tierra” (Lev. 25.23). Se podía vender y comprar, pero nunca de forma absoluta, sino que el perdedor siempre tenía derecho a ‘rescatar’ su propiedad original, o esperar el año 50. La consigna del sistema social es la protección de los desprotegidos: “A ninguna viuda ni huérfano afligiréis. Porque si tu llegas a afligirles, y ellos clamaren a mi, ciertamente oiré yo su clamor, y mi furor se encenderá, y os mataré a espada, y vuestras mujeres serán viudas, y huérfanos vuestros hijos” (Ex. 22.22). Moisés tiene más preocupación por los pobres y la justicia social que por cualquier tema ritual. El bien común es la regla general: “Si encontrares el buey de tu enemigo o su asno extraviado, vuelve a llevárselo. Si vieres el asno del que te aborrece caído debajo de su carga, ¿le dejarás sin ayuda? Antes bien le ayudarás a levantarlo. No pervertirás el derecho de tu mendigo en su pleito. De palabra de mentira te alejarás, y no matarás al inocente y justo; porque yo no justificaré al impío. No recibirás presente; porque el presente ciega a los que ven, y pervierte las palabras de los justos. Y no angustiarás al extranjero; porque vosotros sabéis como es el alma del extranjero, ya que extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto” (Ex. 23.4-9). Devolver lo que se encuentra, ayudar al que lo necesita, no mentir, no matar, no recibir soborno, y proteger al extranjero.

 Es impresionante, sobretodo, este rigor con que la ley protege a los extranjeros: “Un mismo estatuto tendréis vosotros de la congregación y el extranjero que con vosotros mora; será estatuto perpetuo por vuestras generaciones; como vosotros, así será el extranjero delante de Jehová. Una misma ley y un mismo decreto tendréis, vosotros y el extranjero que con vosotros mora” (Num. 15.15-16). Ante un mundo con tanta xenofobia y nacionalismo Moisés exige a los israelitas respetar los derechos del extranjero.

 Algo de esto podría aplicarse hoy y recibir el apoyo de mucha gente que dice obedecer al Dios de la biblia.

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