“¿Qué es un ritual? -dijo el principito.
-Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-.
Es lo que hace que un día sea diferente de los otros días”.
Antoine Saint-Exupery
No sé donde escuché que este la Navidad es el tiempo en el que nos abastecemos de la fe que nos sostendrá el resto del año. Más allá de la mirada religiosa, la Navidad es una de las celebraciones más famosas en todo el mundo. Sus antecedentes los encontramos en una antiquísima fiesta llamada la noche de consagración, por ser el día en que los no iniciados eran aceptados en los centros espirituales.
Las fiestas Saturnales de los romanos también acontecían en este tiempo, desde mitad de diciembre hasta la última semana del año. En ellas los agricultores, esclavos y otras personas que trabajaban al servicio de otros, rendían honor a Saturno, el Dios de la agricultura y la cosecha, que se relaciona con la autoridad del padre que provee.
Por el año 337 d.C., durante el reinado de Constantino el Grande y el mandato del Papa Julio I, se utilizó esta época para conmemorar el nacimiento de Jesucristo, a pesar de que, en sus inicios la Iglesia católica celebraba la muerte de las personas importantes, y no sus nacimientos.
Hubo 136 fechas distintas para celebrar la Navidad, antes de que se cristianizara el festejo pagano. Refiriéndose al 25 de diciembre Crisóstomo escribió en el Siglo IV (390 d.C.): “en este día se fijó hace poco en Roma el nacimiento de Cristo para que los cristianos puedan celebrar sus fiestas sin ser molestados, en tanto los paganos están ocupados en sus ceremonias”.
Los rituales se emplean desde tiempos inmemoriales y todas las religiones los han incorporado como un medio para representar aspectos de la vida que deseamos expresar desde una función sagrada. Los rituales que indican la dimensión humana se celebran en fechas fijas del calendario Solar. En cambio, los ritos que representan la dimensión espiritual se festejan en fechas variables de acuerdo al calendario lunar.
Veamos ahora los símbolos presentes en el nacimiento de Jesús. Bethlehem (Belén en español), en hebreo significa la casa del pan. El pan representa a nuestro cuerpo, lugar en el cual debe acontecer la Navidad. El cuerpo incubador del milagro fue el de María, la madre-virgen como la mayoría de las mujeres que portaron en sus vientres a los dioses solares.
Sus nombres están emparentados etimológicamente: la madre de Bacus se llamaba Myrra; la madre de Hermes, Myrra o Maya; la madre de Buda, Maya y la madre de Jesús, María. María, Maya y Myrra, tienen la misma raíz lingüística; el “mare” (mar), la “mater”, (madre), y la “materia” (lo visible), donde se encuentra encerrada la luz.
María es visible, pero la luz encerrada en sus entrañas no. Antes de ser vista, la luz debe ser liberada. En las imágenes cristianas, la virgen María suele aparecer sobre una media luna cubierta con un manto azul que tiene estrellas. En la mitología María fue llamada “Stella Maris”, que se traduce como la “estrella del mar”. La cadena simbólica es: agua – psique – luna – femenino – madre.
La condición de la luna es receptiva, no genera luz, sino que la recibe del sol. En el ser humano, el alma o psique es el elemento impresionable, receptivo, pasivo, y femenino. En cambio, el espíritu es el principio masculino, activo, dador y emanador.
“Noches de Navidad”, un programa para la familia
Aunque las funciones de lo masculino y lo femenino son distintas, el valor es el mismo. El teólogo español Miguel Servet lo dijo de manera hermosa: “Hay un brillo del Sol y otro de la Luna; uno del fuego y otro del agua. Todos fueron dotados de luz por Cristo, arquitecto del mundo.”
Continuando con los símbolos del nacimiento, veamos la figura de José, que literalmente significa “aquel que debe añadir”. Él es un carpintero, un constructor de las formas, que hace alusión a su rol de representante terrenal del principio del espíritu que llamamos Dios, el Gran Constructor de los Mundos. En el nacimiento ocupa una posición discreta al costado de María.
En medio de las figuras de José y María se encuentra acostado el niño Jesús, representante del principio divino (la Luz Divina) dentro de nosotros. Su nacimiento tiene lugar en el día más oscuro del año, a la hora más oscura del día (medianoche) y bajo tierra, ya que por aquellos tiempos los pesebres o establos se hallaban en cuevas.
En el importante acontecimiento estuvieron representados los cuatro reinos de la naturaleza: el reino mineral (rocas), el reino vegetal (heno), el reino animal (la mula y el buey), y el reino humano (María y José). ¿No te parece hermosamente simbólico? Como dijo el autor estadounidense Arnold Eric Sevareid: ““La Navidad es una necesidad. Tiene que haber al menos un día en el año para recordarnos que estamos aquí para algo más que nosotros mismos”.
El diplomático y poeta francés Paul Claudel afirmó que “la vida es una gran aventura hacia la luz”. En la noche de máxima oscuridad, nace la luz. Este importante símbolo lo vemos en el prólogo del Evangelio de San Juan: “Y la luz en las tinieblas brilla”. Cuando los encantos del exterior pierden su poder de seducción para el hombre, entonces la luz interior se enciende. El proceso es parte de la maduración espiritual que le da sentido a la vida.
Otro hecho curioso es que la mayoría de los dioses solares nacen en el signo de Capricornio, que inicia en el solsticio de invierno, momento en que el sol se encuentra más alejado de la tierra. Este día desciende el ángel de la Navidad, que acompañó a el Arcángel Gabriel para anunciar la llegada del Salvador al mundo.
Cuenta la leyenda que este ángel fue la guía de los pastores hasta el pesebre donde se encontraba recostado el Mesías. Ángel viene del griego ángelos que significa “mensajero”. Aunque suelen ser representados como entidades aladas, los ángeles pueden tomar diferentes formas, desde rayos de luz hasta forma humana.
Desde hace años tengo la costumbre de hacer un ritual para recibir el ángel de la Navidad. Los rituales tienen el poder ancestral de conectarnos con nuestra grandeza para empezar, consolidar o terminar una etapa. Ellos nos facilitan el paso de un ciclo a otro.
Según el psiquiatra suizo Carl Gustav Jung, “el único propósito de la existencia humana es encender una luz de significado en la oscuridad del simple ser”. En realidad, el ritual no importa tanto como el hecho de realizar una acción consciente y plena de sentido.
Ingredientes:
– 3 Velas doradas.
– Papel amarillo.
– Bolígrafo dorado.
– 2 recipientes.
– Arroz.
– Agua.
– Dulces o panes para obsequiarlos a las personas que veas ese día.
– Incienso en grano.
– Carbón vegetal.
– Quemador de incienso.
– 1 campanita
Procedimiento:
Limpia antes tu hogar, abre las ventanas y pon en orden todo, para recibir tu distinguido visitante.
Enciende el carbón vegetal y ponlo en el quemador. Pon encima el incienso en grano.
Recorre la casa desde la puerta de entrada hacia la derecha, hasta llevar el humo del incienso a cada rincón de la casa, a la par que tocas la campanita.
Busca un sitio especial para poner los cuencos, uno con arroz y otro con agua, la vela dorada encendida y una canasta o envase bonito para los panes o dulces que serán obsequiados.
Toca la campana y di tu invocación al ángel de la Navidad. Puede ser algo como: Bienvenido seas hoy y siempre dulce ángel de la Navidad. Bienvenido a este hogar portador de buenas nuevas, Ilumina y guía a cada persona que habita o visita esta casa. Recibimos con alegría y gratitud tu luz y amor.
¡Feliz Navidad!
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