Ante la supuesta agresión con armas químicas de parte de régimen de Bashar Al Asad hacia personas inocentes, el presidente Donald Trump anunció con bombos y platillos la intervención militar occidental –EEUU., Francia, Inglaterra– en Siria, con el envío de misiles –Tomahowak– para de destruir la base aérea desde la cual se lanzó el ataque contra civiles.
Con esa decisión, al margen del derecho internacional –no contó con la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU, ni del Congreso de EEUU., – Donald Trump se ha distanciado de la postura que había mantenido frente al conflicto sirio. Había afirmado –en reiteradas ocasiones– que su predecesor –Obama– tenía que obtener la aprobación del Congreso para atacar la dictadura de Al Asad y que Estados Unidos debía mantenerse fuera de todo lo que ocurría allí.
¿Qué habrá motivado ese cambio de actitud tan radical? ¿Por qué el mandatario norteamericano se ha mostrado incoherente frente a esta situación? ¿Desconocía Donald Trump que Siria está entre los estados musulmanes que el Tío Sam ha clasificado como terrorista? O sencillamente, por puro cálculo político –como diría Maquiavelo– hizo desaparecer por arte de magia las razones que lo llevaron a comprometer su palabra y, por lo tanto –siguiendo los pasos del príncipe prudente– debía distanciarse de la fe jurada.
A partir de la visión que el eminente estadista norteamericano Woodrow Wilson impuso sobre el rol mesiánico que los Estados Unidos debían desempeñar en el mundo, los presidentes de América del Norte han entendido que, por expresión de la divina providencia, el destino les ha otorgado la obligación y la responsabilidad moral de difundir globalmente los valores de la democracia. Y como consecuencia –hasta nuestros días– han mantenido la firme convicción de que solo a través de la promoción de las instituciones democráticas es posible asegurar la –tan anhelada– paz global.
El problema es que existe una honda contradicción entre los medios que se utilizan y el fin que se procura. ¿Cómo es posible aspirar a la construcción de la democracia liberal, difundiendo valores antidemocráticos a través de los misiles Tomahawk, los fusiles de asaltos y las botas de combate? Sobre todo, en una región –Oriente Próximo– con estructuras sociales, políticas y económicas tan disímiles que como plantea Samuel Huntington en El Choque De Civilizaciones: “se resiste a la occidentoxicación”.
Aunque son espantosas las imágenes de hombres, mujeres y niños afectados – por gas nervioso y el sarín– queda por esperar la confirmación en el informe de la misión de la Organización para la Prohibición de Armas Químicas que estos momentos recaba evidencias en Siria para evitar que con informaciones falsas –como demostró el informe Chilcot con la invasión a Irak– se reedite en Siria lo que vaticinó el funesto dictador Saddam Hussein cuando fue capturado en Irak: “Van a fracasar, van a descubrir que no es tan fácil gobernar Irak. No conocen nuestra historia y no comprenden la mentalidad árabe”.