El sueño de Bolívar entre nosotros

El sueño de Bolívar entre nosotros

DIÓMEDES MERCEDES
Los latinoamericanos somos una y la misma comunidad, que busca llevar hasta la superficie su identidad con todas sus potencialidades, como lo soñaron Bolívar y otros, que tuvieron en su tiempo el talento y el coraje para concebir a las naciones bajo el dominio del Imperio Español en América, como un sólo país, «La Gran Colombia». Cuestión pendiente, frustrada por manipulaciones de intereses internacionales y por el caudillismo en nuestro desarrollo. Este proceso de identidad, se viene fermentando desde el Congreso de Panamá del 1822, donde Bolívar precursó su propuestas de la Unión e Integración Panamericana.

«Yo deseo, más que ninguno, ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riqueza que por su libertad y su gloria». Este criterio del Libertador, ha vivido flotando en los cielos de nuestros pueblos como una bandera sin asta. Manteniendo en vigilia el pensamiento progresista que vive y lucha para triunfar por esto; pero, que no logra salir adelante por haber cometido el error de circunscribirlo a élites intelectuales sin confiarle a sus pueblos el portento de la idea con el convencimiento de que sí somos una sola comunidad.

La identidad común que nos concierne es la que vincula al ente individual, al segmento social, o nacional, con la más amplia comunidad y con sus semejantes aún más distantes. Pero no basta que objetivamente la identidad nos unifique; sino somos conscientes de ella, es como si no existiera. Es por esta razón que desde las independencias mismas de nuestras naciones, venimos siendo vapuleados por todos aquellos que con el propósito de despojarnos han establecido las fronteras mentales y geográficas que nos debilitan, aíslan y empequeñecen.

La identidad política de ésta, nuestra nación dominicana, está invirtiéndose. Cada vez más dominicanos y dominicanas se mentalizan como si fuesen norteamericanos; huyen del compromiso ciudadano de mejorar y rescatar con sus sacrificios su país y escapan de sus deberes ciudadanos, socavando las bases de nuestro existir. Hemos de saber que desde nuestra identidad, y más allá de la visa o la ciudadanía imperial, nunca seremos para los Estados Unidos más que inmigrantes y mano de obra barata y si ciudadanos, los de la última categoría en derechos, tales como fueron los extranjeros bárbaros que Roma asimiló para los trabajos duros y sus guerras.

Con nuestras actitudes y según su naturaleza, estamos determinando si seguiremos siendo una colonia con bandera o una sociedad libre, étnicamente híbrida, partícipe de una civilización indoamericana por definición de orígen, vástaga cultural a la fuerza, del occidente centro-europeo y norteamericano; pero, que naturalmente es otra y diferente cosa. El imitar el estilo de vida norteamericano es una de las fuentes de nuestros desajustes económicos y del emprobecimiento continuo de las mayorías dentro del país.

Aunque los poderes y sus políticos en el gobierno nos sometan, haciéndonos tragar su cultura y civilización, promoviendo la fachada de una incierta democracia para mantenernos drogados políticamente en beneficio de los intereses industriales, militares, financieros, y del mercado en general de los Estados Unidos y por temor a que los pueblos que habitan desde el Río Grande hasta la Tierra del Fuego un día despierten en la conciencia de su identidad y construyan otra línea de civilización de raíces indoafricanas e hispánicas salpicadas de otras, y todas juntas llamadas a acrisolarse en la lucha enmacipadora continental y a desarrollarse con el uso sabio de sus recursos naturales y humanos, dentro de una escala medida de la modernización que priorice lo humano ante las avaricias del mercado;  lo cierto que nuestras nuevas independencias serán algo más costosas que las primeras, y hay que crear las bases de un movimiento cultural, político y social apto para madurar el triunfo indenpendentista sin ser destruidos ni destruir los avales económicos útiles para nuestro inmediato arranque social y nuestra modernización.

Pero antes, será necesario la agrupación parcial con nuestros más próximos vecinos, no sólo territoriales sino históricos, en relaciones de pueblo a pueblo y cuando se pueda de Estado a Estado. El inicio activo de este proceso en nuestro país debe iniciarse socialmente ya, contestándonos:  ¿Quiénes somos? ¿Somos dominicanos? Pues según las respuestas serán las consecuencias.

Contestarlo afirmativamente hoy nos traicionaría y nos escondería tras de  una realidad engañosa, como igualmente traicionaría el futuro próximo que no será dominicano, ni haitiano, cubano, jamaiquino o etc., porque tras levantar la vista sobre los muros, encontraremos que somos  y seremos Antillanos Caribeños, hijos de las mismas circunstancias que nos procrearon como hermanos históricos, enfrentando a los que antes, cuando el primer colonialismo nos destinaro a la enajenación, a la marginalidad y al aislamiento del subdesarrollo en la región de este dulce Caribe, minuto a minuto más ajeno pero vivo, y con su corazón atado a la tierra firme continental, como veleros a remolque de la suerte de los pueblos que habitan tras de la gran costa, por donde resuenan de noche las cabalgaduras sin jinetes de Bolívar, Sucre, San Martín y muchos más libertadores con sus ejércitos esperando relevo.

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