El sueño de Fortuna

El sueño de Fortuna

PASTOR VÁSQUEZ
Del otro lado del acueducto de viento ardía el campo 66. El fuego describía un rojo apocalíptico en el fondo del cañaveral. A la derecha estaba el barracón número siete y a la izquierda se veía el caserío de los ingleses, a menos de cien metros del fuego. Entre el campo 66 y ei batey estaba la vía férrea, pero ya el tren no pasaba a esta hora.

La llama seguía en progreso. Pronto el fuego iluminaría esas tinieblas nocturnas del llano cañero. Arriba se veían las aves en desbandadas turbulentas.

Frente al escenario, en la entrada del Pinta negra, alcalde de Ceiba 12 desde que el mundo fue mundo, estaban los espectadores: Mechito, el caballicero; Manuel Díaz, el mayordomo, el hacendado Chino Manzueta, Doña Luisa, la norsa; Eduardo Fleming, el operador del acueducto; Mister William, Damaso Fortuna y el viejo Pinta Negra, con su báculo de caoba y sus lentes de caucho. Más tarde se le unió el cabo Pérez que venía de San Isidro.

Alrededor de la enramada, unos chiquillos gozaban con los trozos de cenizas que revoloteaban en el cielo casi oscuro. La tarde era apacible y ya los bueyes iban hacia el corral.

Mi padre había ordenado el incendio del campo 66 porque era impenetrable, con eso de la pringamosa, el fogarate y las avispas. Los obreros no querían cortar la caña quemada, da menos peso y produce menos azúcar.

“¿Qué azucai, ni azucai, ni pesos, ni jiringa, son problema dei central, viejo Vásquez? Hay que daile fuego, sino naidien va a coitai esa caña”.

En la enramada de Pinta Negra todos estaban en silencio. El viejo parecía dormitar en su mecedora. De repente Damaso Fortuna rompió el hielo.

“Ese fuego me recordando a un general que peliando en Cuba contra españoles. Era un general de verdad. Ese llamado Generalísimo Máximo Gómez. Él era dominicano”.

Damaso contó cómo Máximo Gómez, en 1895, por ahí recorrió a caballo los campos cañeros de Cuba, incendiando todo lo que encontró a su paso, con un jacho en la mano, para lograr que los españoles abandonaran la isla.

“Mi recordando ese muy bien, porque mi padre viniendo se Saint-Kis, para ayudarlo al general Gómez”.

“Y hablando del general Gómez. Yo anoche teniendo un sueño. Mi soñando que yo siendo general de cinco estrellas, y que mandando en todo el país de Dios”. Así comenzó el asunto.

Damaso soñó que en este país de Dios había un Presidente muy malo, más malo que Chapita, y que entonces él anduvo por todos los campos reuniendo hombres para la causa. Cientos de campesinos se unieron a Fortuna y comenzaron a tomar poblaciones, como en los días añejos lo hiciera el general Gregorio Luperón.

Fortuna fue declarado general y comandante en Jefe de las fuerzas revolucionarias y ya se le veía con su chamarra de cuero, un sombrero nuevo, polainas de brillo y un hermoso pantalón fuerte azul, como el que usaban los Jefe del Central.

“¡Ja, ja ja! Dizque Damaso a Caballo, ¿cuándo se ha visto a Damaso montando un potranco?”, dijo Mechito, el caballicero.

“¡One, moment, please, I’m speking now!”, cuando Damaso hablaba inglés era que estaba bien enojado. Mechito cerró el pico.

“A todos pueblos que mi llegando, con mis tropas, muchachas bonitas saliendo a llevar flores. Mi dirigiendo coroneles, mayores, capitanes, sargentos y caporales”.

Los ojos del Cabo Pérez brillaron cuando Fortuna comenzó a gozar su sueño. Estaba el cabo Pérez sentado en un pilón cuando oyó a Damaso decir que dirigía desde coroneles hasta caporales. Dio un brinco violento.

“¡Carajo, usted no puede habei soñao eso, poique usted jamás ha visto a un cocolo generai, carajo!”

En eso, Pinta Negra, hombre recalcitrante, levantó el báculo de la justicia:

“Siéntese coño, cabo Pérez, le dijo a mi padre: “Jefe lo que me pinchó fue esa carita de gato baicino de Fortuna, cuando dijo que dirigía coroneles hasta caporales”.

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