El sueño de Nabuconodosor

El sueño de Nabuconodosor

PEDRO GIL ITURBIDES
Por alguna razón que no me puse a esclarecer, unas declaraciones atribuidas a Osama Bin Laden me recuerdan el famoso sueño de Nabucodonosor. El rey babilonio soñó en una ocasión que mientras se encontraba en su cama, una estatua se levantaba ante él. La cabeza era de oro puro, el pectoral y los brazos de plata, abdomen y muslos de bronce, las piernas de hierro y los pies de barro. Deseaba que sus magos y augures adivinasen el significado del sueño. Mas nadie pudo dar con explicación satisfactoria. De manera que

Daniel, inspirado por Dios, pidió a uno de los privados del rey, Arioc, que no cumpliese el mandato homicida. En cambio, le solicitó concertase una entrevista, pues él, Daniel, habría de interpretar el sueño. Lo primero es que Nabucodonosor no le decía a nadie qué había soñado. Tal vez sobrecogido por las señales de su instinto, había olvidado los detalles. Pero sabía que nada bueno podía derivarse de la experiencia onírica. De manera que sus adivinos tenían que recordarle el sueño e interpretárselo. Con Daniel hizo lo mismo.

Pero Daniel, inspirado por Dios, le recordó el sueño y se lo interpretó. Su reino, le dijo, era como su cabeza, pero su fortaleza era como los pies de la estatua. Más temprano que tarde, por consiguiente, su reino decaería. Bin Laden ha recordado a Estados Unidos de Norteamérica que, pese a su gran fortaleza, tiene debilidades. No le dijo al Presidente estadounidense, George W. Bush que soñó con una estatua con pies de barro, pero casi casi.

Nadie es lo suficientemente poderoso como para que la arrogancia, y sobre todo, el desprecio hacia los demás, le brote por los poros. Estados Unidos de Norteamérica se fortaleció desde el punto de vista militar tras la derrota de Viet Nam. Los vietnamitas, y sobre todo, su movimiento del vietcong, no eran más que un grupo de chinitos farfulleros. Pero las actuaciones en Viet Nam del Sur, y la acumulación de yerros en este país, determinaron la necesidad de pactar en París una paz que llenó de vergüenza a la gran nación.

Estados Unidos de Norteamérica siempre vio las guerras en territorios ajenos. O se sumó a ellas para defensa de sus aliados. Su amplio territorio semejaba una inexpugnable fortaleza, impenetrable para sus enemigos. Hasta que el grupo de adláteres de Bin Laden produjo el atentado de las torres del Comercio, utilizando como arma aviones llenos de pasajeros. La masacre reveló la salvaje disposición a la que llega el ser humano, impulsado por el fanatismo. Pero esta bárbara acción, en vez perseguirse con acciones de inteligencia, y la cooperación de naciones islámicas, quiso combatirse con la invasión a Irak.

El ambiente de impopularidad creado contra Estados Unidos de Norteamérica debido a ese paso ha dejado una amarga sensación en todo occidente. Bush pasó por encima de los consejos, los pedidos o las recomendaciones de gobiernos habitualmente aliados de su país en asuntos de política mundial. Su prepotencia determinó un camino, el que quiso establecer entre el enorme poderío de su gobierno y la debilidad de los protectores de Bin Laden. Pero el hecho de que Bin Laden sea capaz de grabar una cinta y hacerla conocer al mundo con un mensaje como el pronunciado, muestra lo lejos que se anda de sus huellas. Entre tanto, ya se ahorcó a Saddam Hussein, se han perdido cerca de cuatro mil vidas de estadounidenses en Irak, miles y miles de iraquíes han sido igualmente sacrificados, y no se le ve término a la frustrante operación.

Ciertamente, el mensaje de Bin Laden me recuerda el sueño de Nabucodonosor. Porque nadie, salvo Dios,  es lo suficientemente poderoso como para no sentarse a hablar con amigos y vecinos sin dejar a un lado la camisa de su superioridad.

Publicaciones Relacionadas